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Rostros del río: Liu Xiaodong y las fronteras vividas

  • anitzeld
  • 17 ago
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 18 ago

En 2019, el pintor chino Liu Xiaodong viajó a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos con un propósito que iba más allá de la observación turística o del registro: quería pintar la vida que habita en ese límite. La serie resultante, Borders, es un mapa emocional de las ciudades que recorrió —Eagle Pass, Piedras Negras, El Paso, Ciudad Juárez, Laredo, Nuevo Laredo, Marfa— y de las personas que lo recibieron en su cotidianidad.


Frente a esta frontera que suele ser narrada en cifras, muros y tragedias, Liu Xiaodong eligió la intimidad de los rostros. Sus retratos muestran la dignidad en la espera, la cotidianidad en medio de la incertidumbre, la vida que no se detiene aun cuando todo alrededor la quiere contener. Borders ofrece un mosaico de instantes decisivos —una mujer en un puente internacional, una familia reunida bajo un árbol, un grupo de hombres pescando en el río— que permanecen como testimonios contra el olvido y contra los estereotipos.


La obra de Liu Xiaodong no pretende resolver esas contradicciones. Más bien, las exhibe con cuidado, dejando que cada rostro y cada entorno hable por sí mismo. Su pintura construye mundos atravesados por tensiones sociales, donde la cercanía y la calidez de lo retratado conviven con un aire de desplazamiento. A veces la pintura hace eso: nos arrastra al país de los otros, un sitio fuera de encuadre donde también estamos, aunque sea por un instante, a salvo.


La pintura de Liu Xiaodong (Jinzhou, 1963) posee una cualidad alquímica que coloca al espectador en un estado de continuo extrañamiento. Sus escenas parecen tranquilas, ancladas en el realismo, pero siempre queda algo esquivo, fuera de la inmediatez de lo obvio. Un grupo de personas pesca en el río Bravo, adolescentes juegan en las montañas de Yan’an, una familia cubana merienda en la precariedad de su cocina: fragmentos de vidas que, al ser fijados en lienzo, revelan la tensión de pertenecer a un tiempo y a un espacio en transformación.


Liu no busca imponer juicios, sino registrar la complejidad de lo humano y, con ella, proponer una política de los afectos. “Prefiero pintar lugares que no puedan ser fácilmente juzgados por un simple sistema de valores”, ha dicho. “Quiero experimentar la complejidad del mundo. Deberíamos mirar más alrededor y tratar de entender cómo piensan las otras personas”.


Su método combina la inmediatez de la observación con la distancia de la construcción. Parte de fotografías, apuntes, diarios de viaje y recuerdos, para luego ensamblar escenas donde las figuras parecen recortadas de un relato más amplio, como en Out of Beichuan (2010), sobre las secuelas del terremoto de Sichuan, o en Brawler (2022), con jóvenes de Yan’an que parecen ajenos al paisaje que los rodea. En esas tensiones entre cuerpos y entornos, entre lo íntimo y lo colectivo, Liu recrea el vaivén de las estructuras sociales modernas.


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Ahí es donde la obra se cruza con el presente: la frontera México–EUA es hoy mucho más que una línea divisoria. Es el límite político más transitado del mundo, con un flujo incesante de mercancías y personas. Es un espacio humano en movimiento, donde confluyen migrantes de América Latina, África y Asia que esperan refugio en medio de la burocracia. Es una cicatriz y un puente cultural, que da lugar a ciudades gemelas donde se mezclan lenguas, músicas y modos de vida. Es también un espejo brutal de desigualdades, con la proximidad entre salarios bajos y la promesa de prosperidad. Y, para el resto del mundo, es un símbolo global: un lugar que concentra las tensiones de nuestro tiempo entre movilidad y exclusión, seguridad y derechos humanos.


Anitzel Díaz


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