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Parir en la sombrita

  • anitzeld
  • 9 may
  • 4 Min. de lectura

Bienvenida al recién nacido. Códice Florentino, lib. IV, f. 19r.
Bienvenida al recién nacido. Códice Florentino, lib. IV, f. 19r.


Antonia


Diez de agosto de mil novecientos cuarenta y cinco


Estoy esperando. Las monjas se me pasman. Si se enteran, me corren. El Vic se tiene que casar conmigo, con su chaparrita, antes de que se me note. Antes de que la negra me restriegue en la cara su "¡Tan bonita la niña y ya quedó preñadita!" La oigo desde acá. Y mi niño nomás me mira desde la esquina. Debo parecerle toda desgreñada, con tantas lágrimas, tantas, que ya se ha de haber acostumbrado. Mi niño se calla y se duerme.

Ahí va él, muy fregón (según él). "Chaparrita, ¿a dónde vas tan arregladita?" Y pues una se contonea, ¿pa’ qué le dio Dios a una estas caderas? Digo yo. Si la negra leyera esto… y las monjas… ¡Ay Dios mío! "Vamos a tomar un traguito, anda", dice el Vic. ¿Pa’ qué se hace una del rogar si bien que quiere? Eso digo yo. Y como ahora el Vic se cree mucho, pues le cayó el gordo. El problema es que trae a toda esa bola de gente encima. Si lo dejaran en paz, el acostón hubiera pasado sin tanto drama.


Y sí, me tomé los traguitos. Hasta se me olvidó mi niño. Qué sabroso el baile. Luego, nada más me la paso cosiéndoles trapos a estas monjas. Lo que me duele es mi abuela. Si pudiera hacer algo para arreglar este embrollo… Pero quiero tener esta criatura. Quiero volver a acostarme con el Vic. Quiero ser su mujer, cocinarle. Quiero ser la Señora de Don Vic.

Amalia


Diez de agosto de mil novecientos sesenta y nueve

La volví a ver. La sentí. "¡Pipo, ven, que me está mirando y yo a ella! ¡Pipo, ven!" Todas las noches aparece. Apenas apagan la planta del pueblo y ahí viene. Y no viene sola. Me mira. Yo la siento. "Pipo, ¿ya viste si no está Aleida allá afuera? Mira que te persigue." Pero Pipo nomás dice: "Deja a esa negra en paz, ya debe estar lejos." Mi médico. Siempre igual. Ya está cansado. Y yo también, de ver a Aleida cada noche desde que llegué a Santa María con él.


Aleida me grita que es suyo. Que ese niño que siempre carga pegado a la teta es suyo.

Qué lejos estoy de mi casa, de mi pueblo. La panza me crece por día. Ya ni los pies me puedo ver. Y qué miedo me da parir aquí, en esta soledad del cerro donde vine a parar. Yo, la señoritinga del Círculo Gallego. La que tocaba el piano. Quién me viera y quién me ve. Ya no puedo ir a la brigada, con lo que me gustaba. Mi panza no me deja. Ya no puedo ayudar a Pipo con los partos.


Pasa Joseito con su bulla, su carbón. Cómo me hace falta. Oigo el palo ese que suena y rezo porque se acerque. Que me toque reverencia. Que me dé una latita de carbón.

Anika


Diez de agosto de mil novecientos noventa y ocho

Soñé que estaba embarazada. Una niña me decía que era Ali y que era mía.

Lloré de emoción. No lo esperaba tan pronto. Ahí estaba, presente esa noche y todas las que siguieron.


Tengo que hablar con mi jefa. Acabo de empezar este trabajo, recién me gradué de la universidad, me acabo de casar. Acabo de mudarme sola con él. Compramos cama, vajilla, lavadora… y ahora tengo que comprar cuna, pañales, biberones… Nunca he tenido un bebé en brazos. No que me acuerde. Los he visto de lejos. Me gustan. Tan chiquitos. Pequeñitos. Lindos. Ahora tengo un alguien dentro de mí. Un alguien que va a ser ALGUIEN. Que va a llorar, reír, caerse, volar. Ser.


Y ahora tengo que decidir. Hacerme los análisis. Ver si ese alguien es. A la jefa no le va a gustar. Ya me estaba acostumbrando a esta rutina. Despertar con él. Desayunar con él. Hacer el amor con él. Irme a trabajar. Jugar a que soy importante. Dirijo un departamento en una secretaría. Yo, recién egresada, firmo papeles, doy permisos, como con otros ejecutivos como yo.


Pero este alguien quiere ser descubierto ya. Me tengo que apurar.



Nacimiento de un bebé, Códice Mendoza, Fol. 57.
Nacimiento de un bebé, Códice Mendoza, Fol. 57.


Epílogo


Parir no es solo traer un cuerpo al mundo. Es abrir el propio, dejarlo ser camino, grieta, casa. Es mirar de frente la herida y también la luz. No siempre se elige. A veces nos alcanza en la sombra, en la cima de un cerro, en una oficina con aire acondicionado. A veces llega con amor, otras con susto, otras con una mezcla de todo eso que no se puede nombrar.


Ser madre no es una sola cosa. No lo fue para mi abuela, ni para mi madre, ni lo será para mí. Cada una parió en su mundo, en su cuerpo, en su tiempo. A veces con rabia, otras con esperanza, casi siempre con lágrimas y con fuerza. Mucha fuerza.

A los hijos los parimos las mujeres. No los doctores. No los hombres. Ni siquiera las comadronas, aunque nos acompañen. Los parimos nosotras, con todo lo que somos, con lo que hemos sido, con lo que aún no sabemos que seremos. Y en ese último empujón —que en verdad es el primero— también nos nacemos.

Porque cuando parimos, también nos hacemos nuevas.


Anitzel Díaz




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