José María Velasco, llega a la National Gallery
- anitzeld
- 30 mar
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Actualizado: 31 mar
Este 26 de marzo, la National Gallery de Londres inauguró la exposición José María Velasco: A View of Mexico.
Dividida en seis secciones temáticas, la exposición explora la diversidad de intereses del artista. Desde el impacto de la industrialización en el paisaje, su faceta como botánico y su magistral representación del Valle de México, hasta su visión de sitios arqueológicos mesoamericanos, su fascinación por la geología y su producción tardía. Cada apartado revela la amplitud de su mirada y su capacidad para capturar la evolución del entorno natural y cultural de México.
La exhibición invita a reflexionar sobre el impacto de la modernidad y el medio ambiente, estableciendo un diálogo con piezas de la colección de la National Gallery, como La ejecución de Maximiliano (1867-68) de Édouard Manet. Además, se publicará el primer estudio monográfico sobre Velasco fuera de México, con ensayos de curadores y académicos de Reino Unido, México y Estados Unidos.
Estará abierta al público del 29 de marzo al 17 de agosto de 2025
Naturalista a caballo entre el romanticismo y el positivismo.
Marisol Pardo C
La iconografía científica... como se ve, puede
también ser considerada como una respuesta
a las limitaciones del lenguaje humano...
No existe ninguna disciplina científica
moderna que desde sus orígenes no se
haya beneficiado de la iconografía... No
como auxiliar didáctico o simple ilustración,
sino como instrumento heurístico privilegiado.
No como simple adorno, ni siquiera medio
pedagógico de transmisión fácil de la enseñanza,
sino una verdadera neo-escritura, capaz de
inventar por sí misma un universo.
Elías Trabulse.
José María Velasco es, sin lugar a dudas, el pintor mexicano decimonónico más conocido y sobre el que más se ha investigado. Sus amplias vistas aéreas de distintos parajes mexicanos han dado la vuelta al mundo y la fascinación que genera su obra es compartida por todos aquellos que han tenido la fortuna de entrar en contacto con ella.
María Elena Altamirano Poille, bisnieta y una de las mayores estudiosas de la obra del pintor, cuenta que previamente a la elaboración de sus composiciones de vistas panorámicas, Velasco subía a los cerros y montañas, casi siempre solo, cargando todo un arsenal de herramientas: pinzas, lupas, frascos, libros de plantas, pinceles, lápices..., una pequeña mesa plegable con parasol y un banco de tres patas. Ahí, ante el imponente paisaje realizaba dibujos preparatorios, ya fuera del escenario completo o de sus múltiples detalles, tal y como puede verse en su libreta de apuntes, publicada en 2011 por Siglo XXI en colaboración con el Instituto Mexiquense de Cultura. Tras embarrar lápices y óleos sobre telas y papeles, se dirigía a su estudio, leía un Salmo -pues para él la naturaleza era la más acabada obra de Dios-, y posteriormente armaba el rompecabezas. Como ya lo expresara Victor T. Rodríguez, a pesar de no haber dedicado su pintura a la representación de historia sagrada, Velasco era un pintor profundamente religioso que se apartaba de los pintores románticos que buscaban plasmar en sus paisajes la presencia de Dios para plantear a la naturaleza como creación divina de un cosmos perfecto. De ahí su empeño por estudiarla a detalle y documentarla visualmente.
Siendo alumno de la Academia de San Carlos, a instancias de su director don José Urbano Fonseca, y de su maestro y protector, el italiano Eugenio Landesio, en 1865 se incorporó como alumno a la Escuela de Medicina para estudiar botánica, física y zoología además de anatomía y matemáticas. Sus maestros: Gabino Barreda, Lauro Jiménez y José Barragán. Ese mismo año participó como dibujante en una expedición arqueológica a Huauchinango, Puebla, misma que tenía como propósito documentar las ruinas localizadas en la meseta de Metlaltoyucan. Debido a la imposibilidad de realizar buenas tomas fotográficas por las condiciones climatológicas, Velasco se dedicó a hacer dibujos puntuales de los monumentos y de la naturaleza circundante.
Gracias a los conocimientos adquiridos, a su buen ojo, a su evidente entusiasmo y a su sorprendente habilidad, comenzaron a llegarle los primeros encargos para ilustrar publicaciones científicas, actividad de amplia tradición en nuestro país, iniciada tras la conquista con la elaboración de los primeros códices como el de Florentino o el Cruz-Badiano, donde los tlacuilos indígenas realizaron diversas acuarelas para ilustrar temas relacionados con la botánica, la zoología, la mineralogía o la astronomía, y seguida en la época colonial con obras tan completas como la de Alonso de la Veracruz, Diego Rodríguez, Carlos de Sigüenza y Góngora, Juan Benito Díaz de Gamarra, José Antonio Alzate, Martín Sessé y José Mariano Moziño, cuyo espléndido texto fue ilustrado brillantemente por el dibujante y acuarelista mexicano, estudiante de la Academia de San Carlos, Atanasio Echeverría. Fue, sin embargo, al doblar el siglo XIX, que el impulso positivista abrirá a la ciencia mexicana una nueva época de gran riqueza y productividad que ha llegado hasta nuestros días.
De ese modo, a finales de 1868, empezó su colaboración en La flora del valle de México, una obra de botánica por entregas que, aunque inconclusa, pretendía, como su nombre lo indica, inventariar la flora del Valle de México. Para este magno proyecto realizó 18 dibujos litografiados, a menudo coloreados a la acuarela, en los que plasmó con detalle la morfología de algunas plantas, ya fuera de su forma exterior o de sus órganos internos. Gracias a este espléndido trabajo, Velasco fue nombrado miembro de número de la Sociedad Mexicana de Historia Natural que tenía como propósito estudiar y difundir las ciencias naturales (mineralogía, geología, paleontología, botánica, zoología...) tanto en México como en el extranjero. Entre sus miembros podemos citar a Gumersindo Mendoza, Antonio Peñafiel, Manuel Río de la Loza, Manuel Villada, Gabino Barreda, Guillermo Hay, Lauro Jiménez, Leopoldo Río de la Loza, Ramón Alcaraz, Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Orozco y Berra, Manuel Payno, Guillermo Prieto e Ildefonso Velasco (hermano del artista).
Entre las principales publicaciones periódicas de esta sociedad se encontraba la revista La naturaleza, órgano en el que se pretendía dar cuenta de la biodiversidad en México y en donde Velasco publicó varias investigaciones entre las que destacan la dedicada a la pitahaya y a la anatomía y metamorfosis del ajolote, o la que realizó con su hermano el médico internista Ildefonso sobre la Ipomaea triflora, una planta purgante. Todas fueron exquisitamente ilustradas. Además, colaboró con zoólogos, botánicos, geólogos y paleontólogos en la realización de varias láminas que “iluminaban” sus trabajos como en el caso del estudio de Fernando Alatamirano sobre leguminosas medicinales autóctonas y el de su hermano Ildefonso sobre procedimientos quirúrgicos en las amputaciones.
En el corpus total de su obra científica, vemos el interés de Velasco por apegarse no sólo a la morfología de los objetos sino también a sus tonalidades reales, de tal manera que, con el ánimo de representar de forma fidedigna la naturaleza, toda su iconografía coloreada requirió de un estudio cuidadoso de los colores, matices y combinaciones cromáticas naturales. Sin embargo, era preciso también ceñirse a ciertos códigos de representación pues tal y como lo señala Elías Trabulse, tanto en la botánica como en la zoología, las reglas de representación llegaron a ser muy precisas en cuanto a los detalles y a la posición en que debía ser dibujadas las plantas y cada una de las diferentes especies de animales, tanto en su totalidad como en cada una de sus diferentes partes, aunque se exigía también seguir cuidadosamente las formas naturales vivas tal y como eran al ser dibujadas. Para ciertos tipos de especies, como los mamíferos, batracios o reptiles, la iconografía zoológica exigía conocimientos de su estructura ósea y anatómica, sobre todo en la localización de los músculos, ya que resultaba esencial mostrar su estructura muscular cuando estaban en movimiento. En lo referente al aspecto real de especies extinguidas (a las que también se dedicó Velasco), se hacía la reconstrucción con base en el esqueleto y su comparación con otras especies cercanas vivas.
Su valiosísima colaboración en la Sociedad Mexicana de Historia Natural, le valió el ser nombrado, en 1880, su primer secretario; una año después vicepresidente y al poco tiempo presidente interino.
Paralelamente, Velasco se desempeñó, tal cual lo decíamos líneas arriba, como dibujante arqueológico ocupándose de monumentos, monolitos y vasijas polícromas, sobre todo del Altiplano Central. Por su experiencia en el ámbito científico y gracias el prestigio adquirido como dibujante naturalista, a pesar de no haber sido un profesional en la materia, tras la expedición a Metlatoyucan en 1865 –que constituyó su primera experiencia directa ante los restos de construcciones piramidales y de relieves escultóricos de los que hizo varios dibujos-, en 1877 Gumersindo Mendoza, director del Museo Nacional, le encargó sus primeras litografías sobre temas arqueológicos para ilustrar un estudio sobre Teotihuacan: las Pirámides de Teotihuacan y La pirámide del Sol. El manejo que hizo en ellas de la perspectiva y de la luz, contribuyeron a darle a los edificios una monumentalidad que sólo podía ser producto del deseo de proyectar orgullo patrio -en ese mismo año realizó uno de sus paisajes más famosos: El Valle de México visto desde el cerro de Santa Isabel, donde el pintor captó la majestuosidad del Valle de México detrás de un águila rampante que vuela a un costado de una nopalera, en clara alusión a nuestro mito fundacional y escudo nacional-.
El éxito alcanzado tras la realización de este encargo le llevó a pintar, al año siguiente, dos cuadros con los mismos temas y a realizar otro: el Baño de Nezahualcóyotl, en el que retrató este sitio arqueológico, poco conocido, ubicado en Texcoco y que se decía, había sido utilizado por el rey poeta. Estas pinturas, en las cuales Velasco incorporó la arqueología como tema de sus obras al óleo, le valieron el ser nombrado, el 20 de julio de 1880, dibujante del Museo Nacional de México, puesto que ocuparía por 30 años, y durante los cuales realizó investigaciones científicas en diversos ramos. Tal y como lo apuntara Xavier Moyssén: “Realizó una producción considerable consistente en dibujar diversas esculturas, vasijas que iluminó a la acuarela, copias de códices, y zonas arqueológicas recién descubiertas. Buena parte de estas obras sirvieron para ilustrar los estudios publicados en los Anales y el Boletín del propio museo. Cada dibujo tiene el sello inconfundible de su estilo académico, o sea, propiedad y solidez en el trazo de las líneas, finura esmerada para lograr los contrastes requeridos de luces y sombras en los relieves. Esos dibujos tienen un doble valor: por una parte, la fidelidad de cada pieza seleccionada y, por la otra, la obra de arte que son en sí mismas”.

En 1891, como encargo para ser llevado a las fiestas organizadas para conmemorar el IV centenario del descubrimiento de América en Madrid, realizó varios dibujos a lápiz de las obras arquitectónicas de la zona de Cempoala, misma que incluía la Pirámide de los Nichos de El Tajín. Para realizarlos se auxilió de las fotografías que le proporcionaron los miembros de la Comisión Científica que recién se había trasladado al área para estudiarla. Además de a Veracruz, Velasco realizó constantes viajes por la República, sobre todo al sureste, para conocer sus vestigios humanos, minerales, animales y vegetales.
Pocos años antes de su muerte, a partir de 1906, pintó una serie de 10 magníficos lienzos sobre la flora y la fauna terrestre y marina del Paleozoico, Mesozoico y Cenozoico para el recién inaugurado Instituto Geológico de México.
Tal y como podemos corroborar, el afán de saber del pintor y los amplios conocimientos por él adquiridos, hicieron que sus paisajes adquirieran dimensiones sublimes y exquisitas. En ellos, tanto las monumentales vistas como los mas minuciosos detalles, fueron estudiados a cabalidad para conformar composiciones que testimoniaran la riquísima topografía de nuestro país. Sin embargo, esta actitud científica, en sus composiciones de gran formato, no implicaba la copia exacta del modelo. Su afán, cuando se trataba de cuadros monumentales, no era fotográfico. Se sabe que al momento de pintar sus paisajes solía alterar algunos elementos -eligiéndolos, eliminándolos, combinándolos-, ya fuera con un propósito estético o con algún interés político o ideológico preciso. Su finalidad no era la copia sino la imitación pues si bien tenía un claro interés documental permeaba en él una visión más bien poética.
Velasco era heredero del gusto romántico por lo exótico, emocional y sublime pero también lo era de la mirada científica ilustrada. Ya lo hizo notar Hugo Arturo Cardoso: “José María Velasco fue un hombre que hizo de la ciencia un ambiente para la creación artística; y de la creación artística un medio para la ciencia. Todo esto hace a José María Velasco un hombre para la ciencia y para el arte”.
La pulcritud, belleza, verismo y capacidad técnica de sus dibujos, junto con el prestigio ganado por Velasco en los ámbitos científico y cultural, coadyuvaron a incrementar el interés por los temas científicos y arqueológicos. Sus espléndidas láminas, además de dotarlos de una belleza excepcional, ayudaron a dilucidar hechos controvertidos y a hacer más comprensibles las explicaciones literarias. Su valor actual no sólo incumbe a la historia del arte sino también a la historia de la ciencia ya que, aparte de su valor estético, abren la posibilidad de un acercamiento a la concepción del arte, la ciencia y la arqueología que se tenía en su momento. Además, constituyen el momento cumbre de la litografía científica, técnica que muy pronto sería reemplazada por la fotografía, que a la vez que influyó en el desarrollo y difusión de los distintos saberes, impulsó el aspecto visual de las ciencias por su pretendida “objetividad”.
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