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El resentimiento como herida abierta

  • anitzeld
  • 11 jul
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 21 jul

¿De dónde viene el resentimiento social en México?


El resentimiento social en México tiene raíces profundas, históricas y estructurales. Nace del despojo, la desigualdad y la exclusión sistemática que han marcado el país desde la colonia. Aunque adopta nuevas formas, su origen sigue siendo el mismo: una sociedad dividida entre quienes tienen acceso al poder, la riqueza y la voz, y quienes han sido históricamente marginados.


Desde la Conquista, México fue construido sobre jerarquías raciales y económicas que han perdurado hasta hoy. El color de piel, el acento, el lugar de origen y la clase social siguen marcando profundamente las oportunidades de vida. El resentimiento se alimenta cuando una y otra vez, quienes nacen en la parte baja de la pirámide ven cómo sus vidas valen menos para el sistema.


La narrativa de que "el que quiere, puede" choca constantemente con una realidad en la que la movilidad social es mínima. Las élites repiten que todo depende del esfuerzo individual, mientras el acceso a educación, salud, vivienda digna y espacios seguros es profundamente desigual.


También el resentimiento se cuela en la adhesión incondicional a ciertos líderes, a quienes no solo se ve como solución milagrosa a todos los males, sino también como vengadores justicieros. No basta con que prometan futuro: se espera de ellos que ajusten cuentas, que señalen culpables, que castiguen a quienes —según la narrativa popular— han vivido demasiado tiempo del privilegio, del abuso o del desprecio. El líder se convierte entonces en una forma de revancha simbólica, en la voz que promete, al fin, equilibrar la balanza.
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Mariano Azuela escribió Los de abajo para recordarnos que hasta en la Revolución los pobres fueron carne de cañón. Que cuando el poder cambia de rostro, no siempre cambia de lógica. Que los de abajo siguen siendo eso: abajo. Con el lodo hasta el cuello, con las armas prestadas, con la esperanza escasa. A veces el resentimiento es también eso: saber que tu sacrificio no será épico, que tu nombre no saldrá en los libros, que ni muerto incomodarás a los poderosos.


Yuri Herrera, en Trabajos del reino, nos mostró al artista que entra al mundo del narco y, a cambio de aplausos y lujos, vende su voz. Allí también hay resentimiento: el de quien, para dejar de ser invisible, acepta representar la violencia que lo margina. ¿Y qué otra cosa es el contenido digital, sino una galería de máscaras donde cada quien interpreta el papel que le toca? El pobre gracioso, el influencer empático, el marginado exótico, el turista moral.


Elena Poniatowska recogió los testimonios de quienes vivieron la masacre de Tlatelolco, no solo para contar lo que pasó, sino para preservar el dolor. El resentimiento, ahí, no es rencor: es dignidad. Es la negativa a olvidar. Es mirar de frente al Estado, a los medios, a la historia oficial y decir: ustedes nos quisieron callados, pero seguimos hablando.


El resentimiento social en México no es una patología individual, como a veces se sugiere, sino una reacción histórica, legítima y colectiva frente a la exclusión. No siempre es destructivo; muchas veces es el combustible de la protesta, el arte, la memoria o la lucha social. En otros casos, se vuelve dolor, enojo, silencio o sátira. Y de vez en cuando, se enciende en la conversación pública para recordarnos que el humor no siempre es neutral, y que la desigualdad no es solo económica, sino también emocional y simbólica.



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