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Yo y Cuba, una lágrima, una risa

  • anitzeld
  • hace 2 días
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: hace 17 horas

“La nostalgia es el precio que se paga por haber amado un país.”


Cómo se puede hablar de algo que duele tanto, que hoy es nada


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Zoé Valdés, escritora cubana (La Habana, 1959), sin duda representa una de las voces más contundentes de la literatura de la isla. Escritora prolífica, debuta como poeta en 1982. Desde entonces cuenta con más de treinta obras publicadas entre novelas, poemarios, guiones y textos cinematográficos.


En 2013 gana el Premio Azorín por su novela La mujer que llora, la segunda entrega de una trilogía sobre figuras femeninas del surrealismo. Comenzó con La cazadora de astros en 2007, que habla sobre la pintora Remedios Varo; siguió con la fotógrafa y pintora —además de amante de Picasso— Dora Maar en La mujer que llora, y concluirá cuando publique una novela sobre Lydia Cabrera, “la más grande de las escritoras cubanas”.


En Zoé Valdés encontramos el disfrute del lenguaje de la calle, del solar. Zoé siempre trae a Cuba puesta como una segunda piel.


¿Se ablandan la yuca en París?


—Claro que se ablandan las yucas, ¡y el quimbombó también resbala, como en la canción! “Quimbombó que resbala, p’a la yuca seca...”.


La identidad del intelectual cubano está soportada por pilares como Lezama, Fernando Ortiz, Lam, Carpentier, Cabrera Infante, Arenas, Lecuona… vistos desde la distancia, ¿estos pensadores han cobrado otra dimensión?


Nunca los he leído desde la distancia. Incluso algunos de sus libros no pude leerlos en Cuba —algunos de Arenas, por ejemplo— y siempre los leí de manera muy cercana. Son autores muy íntimos, muy próximos, que me han enriquecido enormemente.


Yo no creo mucho en la identidad del intelectual cubano; no sé qué significa eso, porque no me interesa. No creo que se hable de Baudelaire o de Rimbaud como de intelectuales identitarios franceses, no sé por qué tendría que hacerse con los cubanos. ¿Sólo porque son cubanos?


Leyendo a Lezama pareciera que hay un universo en cada párrafo…

Lezama es el universo, todo el universo, por supuesto.


La mujer que llora


Sinopsis de La mujer que llora
Sinopsis de La mujer que llora

Una escritora prepara una novela sobre la vida de Dora Maar, una de las artistas con mayor talento del surrealismo hasta que su vida se cruzó con la de Pablo Ruiz Picasso.Amante, musa y, finalmente, víctima del artista, Dora emprende un viaje a Venecia que marcará un punto de inflexión en su vida. A su regreso a París, se retirará del mundo, encerrándose en su apartamento para siempre.


Dora, el personaje, es entrañable porque trae sus marcas, su sufrimiento a flor de piel.


—Dora era bastante introvertida, pero cuando explotaba lo hacía con una ira infinita. Y luego se calmaba de manera extraña, profundamente calmada durante años. Formaba parte de la enfermedad mental, supongo.


Me gusta la manera en que tú estás reflejada en toda la novela, cómo te cuelas como personaje en los resquicios de Dora…


—Cuando escribí la novela me propuse ser su confidente, invitarla a mi época, devenir su amiga más íntima… Así lo imaginé.


¿La neurosis es propia de las mujeres?


—No, no creo que seamos neuróticas; somos realistas. Ellos son los neuróticos, los acomplejados, los simples… Pero tampoco soy especialista en el género, ni en los géneros. Sólo soy una escritora. Intento describir mi mundo a través del mundo de los otros, y de lo imaginario, de los sueños.


El personaje que aparece muy velado, Yendi… Entiendo de dónde viene Yendi.


—Unos se quedan y son verdaderos luchadores; los encarcelan. Otros se aprovechan… Pero no es asunto sólo de los cubanos: es el ser humano, que es así… Nosotros somos seres cubanos… un tin diferente, un tin a la maraña distinto…


Está la cuestión de envejecer… de quererlo todo… de tener que dejar a una niña con fiebre para hacer lo que uno quiere, de esas elecciones que sólo tiene que hacer una mujer y que el hombre no entiende…


—El hombre no las entiende porque pocas veces, si no ninguna, se ve en esas circunstancias… Lo de envejecer es una suerte: hay quienes mueren jóvenes. Bueno, no sé cuál es más suertudo, el que envejece o el que muere joven…


Cuba, casi como personaje, siempre se cuela en los rincones de tus novelas. Wifredo Lam…


—Wifredo Lam, en la vida real, no se coló: vivió en la época de Dora Maar. La escena que cuento con Picasso sucedió más o menos tal como la cuento. No hay nada inventado, salvo en lo que respecta a mi apreciación personal.


En tus novelas es como si entablaras amistad con estas grandes mujeres: Dora Maar, Remedios Varo…


—Sí, así es. Aunque Remedios y yo nos abrazamos en una, y ella se ha quedado en mí, muy hondo. Dora me da miedo; Dora, por nada, me vuelve loca. He sufrido mucho con ella, por ella y como ella…

Es muy difícil y frustrante hablar y acariciar a las muertas.


Yo también siento debilidad por esas mujeres que de algún modo desaparecen a la sombra de un genio… ¿o será que justo aparecen?


—Tanto Remedios como Dora no vivieron a la sombra de los genios, no. Ellas eran genios, a las que los genios les quisieron tronchar el camino. Dora murió muy anciana y siguió pintando. Nadie podrá apartarla del surrealismo ni negarle su título de reina surrealista, de gran creadora surrealista. Igual en el caso de Remedios Varo, aunque Remedios desapareció a los 55 años, demasiado temprano, e incluso así dejó una majestuosa obra…


Tú y Cuba

“Cuba cabe en un recuerdo, pero duele como si fuera un continente entero.”


—Yo y Cuba, una lágrima, una risa.


Cuánta gente valiosa se ha perdido la oportunidad de construir un espejo social en Cuba, de aportar social e intelectualmente en su país. Entristece…


—Entristecen esas pérdidas, tienes razón, pero algún día podremos ponernos en el camino de recuperarlas. Y Cuba volverá a ser lo que pudo ser, o mejor de lo que pudo ser, antes del horror.


¿Se puede decir que el microcosmos cubano es tan raro en el mundo que es un tema que despierta interés?


—Cuba despertaba mucho interés por su enorme riqueza cultural. Era un país en vías de desarrollo, no era un país subdesarrollado. Pero el mundo ya no se interesa en esta Cuba de ahora, cada día más aburrida, más dictatorial, más empobrecida en todos los aspectos.


¿Tu prosa, como se dice en cubano, es descarada?


—Es audaz, sí, descarada. Es libre.


¿Extrañas el mar?


—El mar cubano tenía un perfume especial, un sabor especial. Luego todo empezó a olerme a mierda… Pero en todo el mundo hay todo tipo de mares. Adoro el mar de Normandie, por ejemplo, gris y cargado de historia. Así como el mar Mediterráneo, soleado. Y el Mar Muerto, mercurial, donde me he bañado en varias ocasiones.


¿El sexo en Cuba es como la única vía de darle emoción a la vida? ¿Es ilusión, el sexo en Cuba?


—El sexo es sexo puro o impuro, como debe ser. La emoción ha abandonado al sexo. El sexo no es más que sexo, y a veces, mira, menos mal…


En una entrevista leí que sueñas que caminas por La Habana. ¿En una de esas no te has topado con Bustrófedon?


—No, ¡cómo me habría gustado hablarle! Sueño que camino por una calle de París, y cuando doblo la esquina caigo en una calle habanera. Subo la mirada para reconocer su nombre, y siempre me despierto en ese instante; no varía…


El caso de Pedro Juan Gutiérrez podría decirse que es similar al tuyo: muy publicados y premiados fuera de Cuba. Uno de sus personajes siempre está tratando de hacer un… ¿es un negocito escribir de Cuba o es una necesidad irremediable?


—No tengo nada que ver con Pedro Juan Gutiérrez, en nada. Mi caso fue muy raro: publiqué casi de milagro en Francia, y le abrí las puertas a muchas personas, incluido a Pedro Juan Gutiérrez. Para mí escribir nunca ha sido un negocio. Escribir, en mi caso, es mi fatum, mi destino.


Después de un bolero de César Portillo tocado por Paquito D’Rivera, ¿hay algo más que decir?


—Sí, hay mucha música todavía olvidada, que debiéramos rescatar, y mucha por descubrir. Un bolero de Ñico Membiela, un desgarro de La Lupe, una caricia de Panchito Riset, un tormento de Blanca Rosa Gil y un meneo sabrosón de Celeste Mendoza… La música es infinita.


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“Escribir es la manera más elegante de desobedecer.”


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