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Quemar una obra de arte

  • anitzeld
  • 23 sept
  • 2 Min. de lectura

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Martín Morabak, coleccionista mexico-americano, quemó durante una fiesta Fantasmones siniestros, obra de Frida Kahlo. La obra está valuada en 10 millones de dólares, más de 200 millones de pesos.


¿Su intención? llevarla al metaverso como una serie de tokens para su venta, donde una parte de las ganancias serían donadas a recintos artísticos, así como asociaciones y organizaciones nacionales e internacionales; la intención de Morabak es que instituciones como el Palacio de Bellas Artes o el Museo de Frida Kahlo, fueran recipientes de las donaciones. Cada uno de estos tokens tiene un precio de 3 ETH, lo equivalente a unos 1,320 dólares o 26,980 pesos aproximadamente.



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Sin embargo, el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal), ha desmentido que sus recintos recibirán donación alguna y señaló que se está investigando si la obra destruida es verdadera o una reproducción (para la que no hay autorización); y se investigará si la quema constituye un delito.


Hace cuatro años un famoso grafiti de Banksy con la imagen de una niña y un globo en forma de corazón, se autodestruyó tras ser vendido en una mítica subasta hace tres años. Con el consentimiento del artista. Banksy explicó en un vídeo cómo había instalado la trituradora y, citando a Picasso, lo justificó: “El impulso de destruir es también un impulso creativo”.


El arte es un símbolo, un signo esencial y material de nuestra cultura y memoria que debemos preservar, porque es belleza de la creación humana y porque es un documento indispensable para explicar la historia. (Yoldí, Gozgou) El fenómeno del vandalismo artístico no es contemporáneo, sino que remite hasta la Antigüedad, para borrar el legado cultural de un enemigo. Le destrucción de Fantasmones siniestros no es más que un acto de fanfarronería.


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A lo largo de la historia, la destrucción de obras de arte ha respondido a distintas razones: desde motivos políticos o ideológicos, cuando un nuevo poder busca borrar símbolos del pasado, hasta actos de censura moral o religiosa frente a lo que se considera ofensivo. También ha ocurrido como gesto de protesta o performance, donde el propio acto de romper se convierte en mensaje, o por intereses económicos ligados al mercado. A esto se suman los accidentes, guerras y el simple deterioro del tiempo, recordándonos que cada obra vive en tensión entre la permanencia y la desaparición.


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Este 28 de enero dos activistas climáticas arrojaron sopa al cristal que protege la Mona Lisa en el Museo del Louvre, en París, Francia, y gritaron lemas que reclamaban un sistema alimentario sostenible.


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