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Línea de sucesión al trono de México (Reino de Quito)

  • anitzeld
  • 17 jun
  • 3 Min. de lectura

Un Imperio Mexicano que no terminó en Querétaro: la ficción de una corona vigente


En 1822, Agustín de Iturbide, consumador de la independencia, fue coronado como el primer emperador del México independiente. Su reinado, sin embargo, duró poco: fue derrocado y fusilado en 1824, acusado de traición al regresar del exilio. Su breve Imperio dio paso a una república que, entre golpes de Estado y guerras civiles, seguiría lidiando con el dilema de centralismo o federalismo, monarquía o república.


Pero si la historia oficial terminó con la caída del Segundo Imperio de Maximiliano de Habsburgo en 1867, existe una narrativa paralela, tanto en registros reales como en la ficción contemporánea, que sostiene la idea de una corona mexicana aún vigente. Esta línea entre lo histórico y lo imaginario se difumina especialmente a través de dos personajes contemporáneos: Maximiliano von Götzen-Iturbide, figura real, y Enrique II de Iturbide-Habsburgo y Windsor, figura completamente ficticia surgida de una historia alternativa en línea.


Los lazos entre Iturbide y Habsburgo


Durante el efímero Segundo Imperio Mexicano (1864–1867), Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota adoptaron a Agustín de Iturbide y Green, nieto del emperador Agustín I. Su adopción no fue casual: fue un acto simbólico para dotar de legitimidad mexicana a una monarquía impuesta por fuerzas extranjeras. Sin embargo, ni Maximiliano ni Carlota tuvieron hijos biológicos, y su imperio cayó junto con la intervención francesa.


Este acto de adopción sirve hoy como un puente simbólico entre las casas de Iturbide y Habsburgo. Aunque carente de validez legal tras el restablecimiento de la República, ha sido utilizado como base para narrativas genealógicas que imaginan una línea sucesoria continua de emperadores mexicanos hasta el presente.


Maximiliano von Götzen-Iturbide: el pretendiente reconocido por Europa (y por el Papa)


Maximiliano von Götzen-Iturbide es un descendiente lejano de Agustín de Iturbide. Empresario europeo nacido en Rumania, ha sido identificado como el jefe de la autodenominada Casa Imperial de México. En Europa, algunas instituciones nobiliarias y el propio papa Benedicto XVI lo han reconocido de manera honorífica como “legítimo heredero al trono de México”. Aunque en México estos títulos no tienen validez jurídica —pues la Constitución prohíbe títulos nobiliarios desde el siglo XIX—, su linaje ha servido como pretexto para sostener una suerte de monarquía simbólica.


Maximiliano está casado con María Anna de Franceschi, de ascendencia croata-veneciana, y tiene dos hijos, lo que da continuidad a esta rama Iturbide-Habsburgo que algunos círculos nobiliarios siguen considerando como vigente.


Enrique II de Iturbide-Habsburgo y Windsor: un emperador salido del universo alterno


En la línea de ficción ucrónica publicada en la plataforma althistory.fandom, encontramos la figura de Enrique II de Iturbide-Habsburgo y Windsor, un personaje nacido el 1 de enero de 1989, supuesto actual emperador de México tras la muerte de su abuelo Maximiliano III. Casado con Paula de Bolívar, hija del rey de Colombia, el relato traza un universo paralelo donde no solo persiste una monarquía mexicana, sino que esta se ha fortalecido como una institución política y militar.


Esta historia alternativa mezcla apellidos reales (Windsor, Bolívar) con tramas novelescas de poder y herencia dinástica, creando una especie de fan fiction imperialista latinoamericana.


La Corona como concepto simbólico (y político)


En esta narrativa alternativa, la Corona de México sigue siendo una institución hereditaria y legítima conforme a una ficticia Constitución de 1910, en la cual se establece una jefatura de Estado basada en la monarquía. Este ejercicio narrativo, aunque ficticio, expone una nostalgia (o fascinación) por formas de gobierno absolutas que muchas repúblicas latinoamericanas han rechazado, pero que algunos círculos siguen reivindicando como parte de una identidad aristocrática perdida.


Entre historia y ficción, la monarquía mexicana persiste en el imaginario


La figura de Agustín de Iturbide no solo marca el inicio de la independencia política de México, sino también el primer intento de establecer una monarquía nacional. Su legado, mezclado con la tragedia de Maximiliano y Carlota, aún resuena en estas genealogías reales y ficticias que mantienen viva la noción de un trono mexicano.

En un país republicano, marcado por profundas desigualdades sociales y luchas por la democracia, estas historias funcionan más como curiosidades culturales o ejercicios de historia alternativa que como verdaderos proyectos políticos. Sin embargo, su existencia —en registros civiles europeos, sitios de internet y ceremonias protocolarias— habla de la persistencia del mito monárquico en la memoria colectiva.



Anitzel Díaz


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