Giorgio Armani: la elegancia que no se apaga
- anitzeld
- 4 sept
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Actualizado: 7 sept
Armani no creó tendencias efímeras: creó un lenguaje. Y los lenguajes, cuando logran nombrar el mundo con claridad, se vuelven inmortales.

Giorgio Armani nunca fue un diseñador más. Su historia comenzó lejos de la pasarela: estudió medicina y abandonó las aulas para trabajar como escaparatista en una tienda. Quizás por eso su ropa siempre respetó el cuerpo como un organismo vivo: movimientos libres, cortes que acompañan la anatomía y telas suaves que reemplazaron la rigidez de los trajes masculinos de los setenta.
El gran salto vino de la mano del cine. Cuando Richard Gere apareció en American Gigolo enfundado en un traje Armani, no solo nacía un sex symbol: se inauguraba una forma distinta de entender la elegancia masculina, más despojada y cercana. Desde entonces, Armani firmó vestuario para más de doscientas películas y se convirtió en cómplice de directores que buscaban narrar con telas tanto como con palabras.
Pero su visión trascendió la moda. Armani construyó un verdadero estilo de vida: hoteles en Dubái y Milán, líneas para el hogar, perfumes y hasta un yate bautizado Maìn en honor a su madre. Su sello siempre fue el mismo: lujo callado, sobrio, que busca permanecer en la memoria más que en la ostentación.
A contracorriente de la industria, nunca permitió que su marca pasara a manos externas. Siguió siendo el único accionista de su imperio y, con ello, mantuvo intacta la coherencia de su estética. Al mismo tiempo, entendió la urgencia de un nuevo tiempo: eliminó pieles de sus colecciones, dejó de usar lana de angora y lanzó proyectos de agua potable en comunidades sin acceso seguro al recurso. Armani hizo de la sostenibilidad no un discurso, sino una práctica.
Quizá por eso, a sus más de 90 años, se hablaba de él como de un clásico vivo. Un hombre que pasó de la bata blanca al lino, que llevó la moda al cine y el cine a la moda, que diseñó tanto un traje inolvidable como un hotel donde todo respira su idea de elegancia.
Armani no creó tendencias efímeras: creó un lenguaje. Y los lenguajes, cuando logran nombrar el mundo con claridad, se vuelven inmortales.




















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