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Francisco, el Papa más literario

  • anitzeld
  • 22 abr
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 23 abr

“Con el jesuita, que es ingeniero químico y muy buen lector, nos entendemos mejor”, le contaba Jorge Luis Borges a un amigo en 1979. El “jesuita” en cuestión, Jorge Mario Bergoglio, que entonces enseñaba Literatura en un colegio de Santa Fe. Fue él quien lo convenció, entre otras cosas, de escribir el prólogo a una colección de cuentos escritos por sus alumnos.


Como señala el director de la revista La Civiltà Cattolica, Antonio Spadaro, se manifiesta en el lenguaje poético que ha empleado en muchas de sus cartas y exhortaciones apostólicas. "En su magisterio pontificio, Francisco incluye el logos poético y simbólico como parte integrante de su discurso", señala en un artículo donde traza el «mapa» literario de Bergoglio.

El papa Francisco falleció a los 88 años, justo después de Pascua. Su legado no solo se mide en encíclicas y gestos pastorales, sino también en su profunda conexión con la literatura, esa que cultivó desde joven y que lo acompañó hasta el final como una forma de comprensión del mundo y del alma humana.


Hace seis décadas, antes de ser pontífice, era simplemente Jorge Mario Bergoglio: un joven jesuita que enseñaba literatura en un colegio de Santa Fe, Argentina. Sus alumnos lo apodaban “carucha”, por su rostro de niño. Aunque el programa exigía enseñar textos como El Cid, él prefirió escuchar a sus estudiantes. Les propuso leer a Federico García Lorca o La Celestina, convencido de que el amor por la lectura solo nace cuando las palabras tocan algo interno, algo vivo.


Esa intuición pedagógica no fue pasajera. Francisco impulsó a sus alumnos a escribir y llegó a enviar algunos de sus relatos a Jorge Luis Borges. El escritor no solo los elogió: escribió el prólogo del libro Cuentos Originales, publicado con esos textos. Incluso viajó ocho horas para conocer en persona a los jóvenes autores y a ese maestro jesuita que lo había conmovido. En una de esas visitas, Borges —que no creía, pero rezaba el Padrenuestro por promesa a su madre— le pidió a Francisco que lo afeitara. Un gesto íntimo, casi literario, que retrata la humildad del futuro papa mejor que mil biografías.


Años después, ya como obispo de Roma, Francisco no dejó de ser maestro. Su fe era encarnada: Cristo no era una teoría, sino cuerpo, emoción, mirada. Citaba a Paul Celan para explicar que “los que realmente aprenden a ver, se acercan a lo invisible”. Para él, la literatura era parte de ese aprendizaje. Tanto así que escribió una carta pastoral recomendando leer novelas y poesía como parte del camino hacia la madurez espiritual.


Hasta Toni Morrison —Nobel de Literatura— se sintió tocada por su figura. En una entrevista con NPR en 2015, confesó que, gracias a Francisco, había considerado volver a la Iglesia, “seducida por la belleza y la controversia” que él representaba.

Erudito, pastoral, profundamente jesuita, Francisco fue un papa imposible y borgiano. Uno que, como en “La leyenda” de Borges, creía que el perdón verdadero solo se alcanza con olvido, cercanía y palabra. Un narrador del Evangelio que supo enseñar con la misma ternura con la que, alguna vez, corrigió cuentos de adolescentes en un aula cualquiera del sur.





Anitzel Díaz






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