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Elon Musk, digno hijo de su época y su país

  • anitzeld
  • hace 4 días
  • 3 Min. de lectura

En algún momento de 2018, cuando aún no era dueño de Twitter ni se había declarado “Dark MAGA”, Elon Musk escribió que se consideraba un “anarquista utópico del tipo que mejor describe Iain M. Banks”. Una frase lanzada al viento digital, como tantas otras en su historial, pero que da pie a una pregunta necesaria: ¿realmente ha leído Musk a Iain M. Banks? ¿Y si lo ha hecho, entendió algo?





Musk es, en muchos sentidos, un digno hijo de su tiempo y su historia. Migrante, producto del liberalismo tecnológico, del mito del empresario-mesías que, a fuerza de voluntad y algoritmos, promete resolver problemas globales. Su discurso mezcla idealismo espacial con autoritarismo disfrazado de eficiencia. Encandila a miles con su narrativa de avance, mientras toma posturas cada vez más reaccionarias en lo político y lo social. Y quizás por eso su supuesta devoción por el universo literario de Banks —en particular, su emblemática saga de La Cultura— resulta tan paradójica.

Porque si uno se toma en serio los libros de La Cultura, no puede evitar ver el abismo entre esa utopía imaginada y la praxis de Musk. El mundo que Banks construye es el sueño de una civilización postcapitalista: sin dinero, sin propiedad privada, sin jerarquías coercitivas. Un sistema gobernado por inteligencias artificiales benévolas, donde los seres humanos (o especies similares) viven en libertad radical, con acceso garantizado a placer, arte, ciencia y cambio constante. En ese universo, cambiar de género es algo cotidiano, casi banal. Hay personajes que se embarazan como mujeres en una vida y después viven como hombres en otra. No es un gesto estético ni provocador, es simplemente una expresión más de autonomía.


Y sin embargo, Musk —hoy abiertamente contrario a los avances en derechos trans y aliado de sectores ultraconservadores— dice admirar este mundo. Es como si se hubiera quedado fascinado con el cascarón brillante de las naves espaciales, sin entender qué las impulsa. Como si quisiera replicar La Cultura sin renunciar al capital, al control, al ego y a la propiedad privada.


En los libros, el dinero no existe. “El dinero es un signo de pobreza”, dice uno de los personajes de Banks. Lo único verdaderamente propio en La Cultura son los pensamientos y los recuerdos. ¿Qué lugar tiene allí el empresario más rico del mundo? ¿Qué significaría el éxito en una sociedad donde el poder no se acumula, sino que se disuelve en el bien común?





Hay algo profundamente moderno; estadounidense, o sudafricano (Musk nació en Sudáfrica pasó por Canadá y se estableció en EUA)... en esta disonancia: una voluntad mesiánica de construir el futuro, pero solo si uno puede ser dueño de él. Musk quiere la exploración espacial, pero con su nombre en la punta de cada cohete. Quiere salvar la humanidad, pero solo si él la dirige. El altruismo que promueve —ese “socialismo verdadero” que dice buscar— se parece mucho más al cálculo de eficiencia de Silicon Valley que a la justicia social.


En Surface Detail, uno de los libros de Banks, el villano es un millonario brutal llamado Joiler Veppers: torturador, esclavista, símbolo absoluto del poder corrompido. Es uno de los pocos personajes en toda la obra al que el autor no concede redención ni complejidad. No porque le falte empatía, sino porque Veppers representa una lógica incompatible con La Cultura: la acumulación, la desigualdad, la violencia estructural. Es inevitable pensar en Musk —no como copia exacta, pero sí como encarnación moderna de esa contradicción— cuando se leen esas páginas.


La obra de Iain M. Banks no es un manual de instrucciones para multimillonarios con sueños de colonizar Marte. Es una crítica profunda, a veces irónica y siempre comprometida, del mundo que tenemos. Leerla en serio exige hacerse preguntas incómodas sobre el poder, el género, la tecnología y la propiedad. No es una estética, es una ética. Y ahí es donde Musk falla: no por ser fan, sino por ser un mal fan —uno de esos que se enamoran de la superficie sin entender el fondo.


Al final, lo que Musk admira no es La Cultura, sino la idea de controlarla.


Anitzel Díaz

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