Desde la raíz: Geneviève Jeanningros
- anitzeld
- 25 abr
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Hay imágenes que se quedan grabadas para siempre, como un eco suave que no se borra. Una de ellas es la de una monja arrodillada, rezando con una mochila al hombro, mientras figuras vestidas de negro desfilan detrás. No dice nada, pero dice todo.
En ese gesto, aparentemente simple, se condensa una vida entera: la de la hermana Geneviève Jeanningros. Una vida tejida con hilos de coraje, fe y ternura. En un mundo donde aún se usa la religión como escudo para el rechazo, ella decidió que el amor —el verdadero— no discrimina.
Sobrina de Léonie Duquet, la monja francesa desaparecida en Argentina por defender a los pobres durante la dictadura, Geneviève creció con la justicia social metida en la piel. No fue una rebeldía: fue una consecuencia natural. Entendió desde niña que creer no era callar, y que rezar también podía ser un acto de resistencia.
Así fue como su camino se fue separando del molde tradicional. En vez de repetir lo que ya estaba dicho, empezó a escuchar lo que otros silenciaban. Especialmente al colectivo LGTBI, a quienes no fue a convertir, sino a acompañar. No predicó, estuvo. No corrigió, abrazó. Su forma de estar fue una forma de amar.
En los barrios humildes de Buenos Aires conoció a un joven sacerdote llamado Jorge Mario Bergoglio. Compartieron mesas sencillas, luchas concretas, silencios hondos. Años después, cuando él se convirtió en el Papa Francisco, fue ella —esa monja sin títulos ni púlpitos— quien le enseñó que la fe también podía ser incondicional.
Nunca necesitó un cargo en el Vaticano para influir. Con cada paso, con cada gesto, fue sembrando otra manera de creer. Una en la que caben los expulsados, los diferentes, los rotos. Geneviève ayudó a abrir espacios para jóvenes rechazados por sus familias, creando hogares donde no se pide nada a cambio.
Su vida es una de esas que, sin querer, cambian la historia. No por milagros, sino por humanidad. Por estar. Por decir con el cuerpo: “aquí estoy, contigo”. Porque para ella, la fe no es frontera, es refugio. No es dogma, es abrazo.
¿Se imaginan si mujeres como ella pudieran llegar a ser Papas?A mí me emocionó esa imagen, sí. Pero conocer su vida, imaginar las charlas que tuvo con Francisco, pensar que quizás en alguna sobremesa simple ayudó a volver el cristianismo un lugar más amable… eso me deja con un respeto profundo.
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