Donde las rabietas se vuelven trending, los melones flotan en vodka y el tenis apenas sobrevive: crónica del US Open 2025
- anitzeld
- hace 4 días
- 2 Min. de lectura
Lo confieso: entré al Arthur Ashe con más curiosidad por el famoso Honey Deuce que por el revés de Alcaraz. No me juzguen: tres bolitas de melón nadando en vodka rosado y una fila de veinte minutos para pagar 23 dólares dicen mucho más del US Open que cualquier estadística de winners y errores no forzados.
A mi alrededor, la gente caminaba como en un parque temático. Pollo frito en la mano, celular en la otra, niños en hombros y la certeza de que estar aquí es casi un certificado social. “Estuve en Flushing”, suena mejor en Instagram que “me vi los highlights en YouTube”.
Adentro, el tenis se disfrazaba de espectáculo neoyorquino. Un DJ pinchaba reguetón entre games; de pronto, Daddy Yankee se mezclaba con el rugido de la multitud. Wimbledon queda a un océano de distancia, no solo en kilómetros. Allá una copa de champán suena a misa. Aquí, el vodka es un himno.
Y mientras yo intentaba anotar algo en mi libreta sin chorrear licor, Medvedev explotaba como volcán en erupción. Gritos, obscenidades, un fotógrafo imprudente que terminó de encender la mecha. El ruso parecía un hombre peleando contra sí mismo más que contra su rival. Se fue temprano, pero dejó espectáculo.
Las sorpresas deportivas tampoco faltaron. Un desconocido Federico Gómez se dio el lujo de remontar un partido imposible en la qualy y, con el micrófono aún caliente, mezcló fútbol con tenis al gritar “Primero me enfoqué en ganar, y segundo, Francia”. Taylor Townsend, entre polémicas, avanzó más de lo que nadie esperaba y se ganó a un público fiel. Y en medio del ruido, Zizou Bergs y Leandro Riedi demostraron que los nombres pequeños también pueden sacudir a los grandes. El US Open, una vez más, enseñaba que aquí nadie tiene asegurado el guion.
Los dramas se multiplicaban como hashtags. Ostapenko llamando “sin educación” a Townsend; Tsitsipas discutiendo con Altmaier; un CEO robándole una gorra a un niño. Lo normal en este torneo: nada es demasiado ridículo si cabe en un video viral.
La gran novedad fue el dobles mixtos remodelado: sets cortos, puntos de oro, estrellas multimillonarias aceptando jugar gracias a un premio de un millón. Djokovic y Danilovic contra Alcaraz y Raducanu. Swiatek con Ruud. Yo pensé que nadie se tomaría en serio un “experimento” así, pero el estadio estaba lleno. Y, claro, el público gritaba más por una selfie con Emma que por un passing shot perfecto.
Los doblistas de oficio se quejaron, con razón, de quedar desplazados. Pero en Nueva York nadie escucha lamentos cuando hay música, luces y negocio. Errani y Vavassori rescataron algo de dignidad revalidando título, como recordando que el dobles es más ajedrez que circo.
Al caer la tarde, lo entendí: el verdadero partido no se juega en la red, ni en la línea de saque. Se juega en la barra, en el marketing, en las cifras que Grey Goose lanza con sonrisa. Medio millón de Honey Deuce vendidos el año pasado, más de doce millones de dólares en ingresos este.
Comentarios