Bonitas, poderosas y dueñas de su camino
- anitzeld
- 10 abr
- 3 Min. de lectura
En Las Barrancas, una pequeña comunidad costera del municipio de Alvarado, Veracruz, donde viven apenas 350 personas, el mar lo es todo. Marca el ritmo de la vida, la comida en la mesa y la economía familiar. Como en muchas comunidades de la región, la pesca artesanal es la principal fuente de ingreso. Hombres y jóvenes salen en sus lanchas a pescar especies como robalo, camarón, mojarra o bonito, mientras las mujeres, desde casa, limpian y preparan el pescado, como parte del trabajo doméstico no remunerado que por generaciones se les ha asignado.
Aunque el mar sostiene a estas comunidades, los beneficios no se distribuyen de forma equitativa. El sector pesquero artesanal en Veracruz representa una parte importante del sustento regional: se estima que la pesca y acuacultura generan más de 3,000 millones de pesos al año en el estado, pero una gran parte de ese valor se queda en intermediarios, no en las comunidades pesqueras.
Nancy, una mujer decidida y observadora, empezó a mirar esa realidad con otros ojos. Se dio cuenta de que sus manos también sostenían la economía del hogar, que su esfuerzo era una pieza clave en la cadena de valor de los productos del mar. Y que no estaba sola.
Junto con Elia, Lucecita, Claudia y doña Florencia –una mujer de 74 años con discapacidad motriz pero con una energía que contagiaba–, se propusieron un sueño: dejar de estar en las sombras. Así nació la idea de una planta de procesamiento, un lugar propio donde pudieran transformar el pescado en algo más, y al mismo tiempo, transformar sus vidas.
No fue fácil. Al principio sus esposos y familiares las miraban con escepticismo. Pero poco a poco, al ver su convicción, se sumaron. Juntos, con manos curtidas por el trabajo y el sol, levantaron la planta con esfuerzo y solidaridad.
Allí nació el Grupo de Mujeres “Las Bonitas”, llamado así por el tipo de pescado que utilizan para preparar la minilla, un platillo tradicional hecho con bonito desmenuzado, verduras y especias. En este espacio, además de trabajar, las mujeres comparten sus historias, se escuchan, se acompañan. Es una planta, sí, pero también es un refugio, un centro de poder y de encuentro.
Hoy, venden la minilla a 200 pesos el kilo, seis veces más de lo que ganaban por el pescado fresco. Comercializan unos 70 kilos al mes y han logrado llevar su producto hasta Alvarado, el puerto de Veracruz y Boca del Río. Con el apoyo de Fondo Semillas, adquirieron un vehículo que les permite moverse, abastecerse y distribuir su minilla con autonomía.
Pero el valor de su trabajo va más allá de lo económico. “Las Bonitas” también están comprometidas con el cuidado del entorno marino. Reforestan manglares y construyeron un humedal artificial para tratar las aguas grises de su planta, evitando la contaminación del suelo. Su modelo demuestra que es posible impulsar la economía local sin destruir el ecosistema.

Fondo Semillas no solo les brindó herramientas, también les compartió una visión: las utopías feministas y comunitarias como caminos posibles. Porque para esta organización, una utopía no es una fantasía lejana, sino una forma concreta de transformar la realidad desde abajo. Es apostar por la autonomía económica, la justicia ambiental, el cuidado colectivo y la equidad como parte de un futuro sembrado y construido por mujeres organizadas.
“Estamos haciendo un trabajo que antes nunca habíamos hecho. Podemos ser ejemplo para otras mujeres. Mi comunidad está siendo reconocida por ‘Las Bonitas’”, dice Nancy con orgullo.
Y en ese orgullo hay una verdad clara como el mar que las rodea: que cuando las mujeres se organizan, las utopías dejan de ser un sueño y se vuelven camino.
Ilustración: https://www.instagram.com/vi_rito/
Donaciones: https://www.instagram.com/fondosemillas/
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