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#RinconesdeMéxico Tua-nda, cántaro de agua: el barro vivo y prehistórico de Tehuacán

  • anitzeld
  • 27 jun
  • 3 Min. de lectura

Entre dinosaurios, desiertos floridos y cántaros que aún filtran la vida: así se vive el ecoturismo en la Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán


En los límites del estado de Puebla, un poco antes de que la tierra se torne oaxaqueña, se extiende un paisaje que parece sacado de otro tiempo. Allí, donde hoy se alza la Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán, reconocida por la UNESCO como Patrimonio Mundial por su extraordinaria biodiversidad y legado cultural, la tierra resguarda secretos de agua, barro y huellas fósiles que revelan cómo la vida ha resistido —y florecido— por millones de años.


Una de las joyas de esta región es el pueblo de San Juan Raya, ubicado en el municipio de Zapotitlán Salinas, donde el suelo guarda memorias que han revolucionado la historia paleontológica de México. Desde 2006, el hallazgo de huellas de dinosaurios carnívoros y herbívoros, cocodrilos, tortugas y pterosaurios ha convertido al sitio en un punto clave para entender el paso de estas criaturas por el continente. Grabadas en una franja de roca de 35 metros, las pisadas cuentan historias del Cretácico Inferior, hace más de 110 millones de años, cuando este desierto actual era parte del antiguo mar de Tethys.



Los descubrimientos no se detienen ahí: restos de gliptodontes —mamíferos gigantes similares al armadillo— y la abundancia de fósiles marinos revelan que este lugar ha sido escenario de múltiples formas de vida. Tan rica es esta zona que la UNAM, en conjunto con la Fundación Dinópolis de España, estableció un convenio para estudiar los rastros y continuar la exploración de más de 15 sitios con pisadas de dinosaurios.


Pero San Juan Raya no es solo pasado. Hoy, sus poco más de 200 habitantes cuidan este patrimonio natural y lo comparten a través de un modelo de turismo comunitario: ofrecen recorridos guiados de día y de noche, hospedaje, gastronomía con flora local, talleres artesanales y un museo de sitio. Aquí no hay hoteles de cadena ni turismo masivo. Hay senderos entre biznagas, jabones de sábila, jaleas de garambullo, cántaros de palma y una sabiduría profunda que conecta a las personas con el paisaje.


Y justo en esta misma región del Valle de Tehuacán-Cuicatlán, donde conviven cactus columnares, agaves y yucas, otra forma de resistencia se alza en forma de barro rojo. El Tua-nda, cántaro de agua en lengua popoloca, es uno de los objetos más representativos del arte de la alfarería tradicional. Modelado a mano en comunidades como San Gabriel Chilac y San Marcos Tlacoyalco, este cántaro no necesita tornos ni moldes: solo manos sabias, fuego, y paciencia.



Su función es tan elemental como poderosa: filtrar y enfriar el agua sin electricidad, gota a gota, como lo han hecho durante generaciones enteras. En un entorno donde el agua es sagrada y escasa, este objeto de barro no es un souvenir, sino un símbolo de sostenibilidad y memoria viva. Llevarse uno a casa es llevarse un pedazo de historia, clima y cultura.



La Reserva, que abarca casi 500 mil hectáreas, alberga más de 2,800 especies de plantas y decenas de animales endémicos, como venados, coyotes, tortugas y serpientes camufladas entre las piedras. Es un sitio donde se cruzan el pasado profundo y los oficios del presente, el arte indígena y la ciencia global.


Visitar Tehuacán y San Juan Raya no es solo hacer turismo: es caminar sobre huellas milenarias, beber del barro y escuchar a la tierra hablar en voz baja.

Para más información sobre visitas, hospedajes y recorridos guiados: www.sanjuanraya.com



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