Sally Rooney, la literatura y el deber de la palabra en tiempos de guerra
- anitzeld
- hace 1 día
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Sally Rooney afirmó en un artículo de opinión que seguirá apoyando y financiando a Palestine Action, a pesar de las amenazas del gobierno británico.
A lo largo de la historia, los artistas han asumido un papel que trasciende lo meramente estético: han sido testigos incómodos, cronistas críticos y voces que, desde la creación, confrontan al poder. El escritor o la escritora que decide hablar de su tiempo sabe que se arriesga, porque cada palabra en contra del orden establecido es una invitación al escrutinio y, muchas veces, a la censura. El gesto de Sally Rooney —una de las novelistas más leídas de su generación— de declarar su apoyo público y financiero a Palestine Action, pese a la criminalización del movimiento en el Reino Unido, se inscribe en esa tradición de artistas que no separan el arte de la vida ni la palabra de la política.
En agosto de 2025, Rooney afirmó que si apoyar a Palestine Action la convertía en “partidaria del terrorismo” según la ley británica, aceptaba ese costo. No era una frase al aire: el gobierno del Reino Unido había proscrito a la organización como terrorista después de acciones directas contra empresas vinculadas al comercio de armas con Israel.
La respuesta oficial fue inmediata: advertencias legales, arrestos masivos, la amenaza de catorce años de prisión para quienes manifestaran solidaridad. Frente a ese escenario, la novelista irlandesa insistió en visibilizar la contradicción: mientras se castiga a los activistas que denuncian la complicidad militar con la ocupación en Palestina, el Estado británico permite que instituciones culturales como la BBC sigan transmitiendo las adaptaciones de su obra.
La reacción del gobierno irlandés, sin embargo, fue otra historia: silencio. A pesar de que Irlanda ha mantenido una línea diplomática abiertamente favorable a Palestina —reconocimiento del Estado palestino en 2024, participación en la denuncia contra Israel en la Corte Internacional de Justicia y proyectos de ley para prohibir la importación de bienes de los asentamientos—, no ha habido una defensa explícita de Rooney ni de los ciudadanos irlandeses detenidos en Reino Unido. Esta ausencia muestra una tensión característica de los Estados modernos: se puede sostener una postura internacional de alto valor simbólico, pero esquivar el choque directo cuando un aliado cercano, como Londres, eleva el costo político de esa solidaridad.
Pero si los gobiernos callan, el arte no. La historia lo demuestra. Desde los poetas que denunciaron la barbarie en la Guerra Civil Española hasta los músicos que enfrentaron el apartheid sudafricano, pasando por pintores, dramaturgos y cineastas que interpelaron a dictaduras latinoamericanas, los creadores han tenido el coraje de nombrar lo innombrable cuando las instituciones prefieren la tibieza. En ese linaje se ubica Rooney: no solo como novelista de éxito global, sino como intelectual que arriesga prestigio y seguridad para articular una posición ética.
Lo significativo aquí es la contemporaneidad del gesto. Rooney no es una escritora “de panfleto”; su obra ha explorado con delicadeza la intimidad, la vulnerabilidad emocional, las relaciones de poder en lo privado. Sin embargo, en tiempos de guerra y genocidio, incluso esas narrativas se resignifican. Jóvenes lectores que crecieron con Gente normal y Conversaciones entre amigos —obras que retratan con honestidad la precariedad afectiva y material de su generación— encuentran ahora en ella un ejemplo de congruencia política. El compromiso no le resta a la literatura su sutileza, al contrario: amplifica el eco de esas historias íntimas al situarlas en un horizonte donde el amor, la amistad y la empatía no son posibles si no se sostienen también frente a la violencia estructural y la injusticia global.
Sally Rooney escribe novelas que hablan del desconcierto de ser joven en un mundo roto, pero hoy su propia voz literaria se convierte en un acto de resistencia. Su influencia en la generación actual no radica solo en los personajes que creó, sino en mostrar que escribir —y vivir— implica tomar partido
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Bajo el título Esta columna no expresa apoyo a Palestine Action: aquí está el porqué el periodista británico Owen Jones advierte que la prohibición de Palestine Action bajo la Ley Antiterrorista en Reino Unido revela una deriva autoritaria: un movimiento de acción directa no violenta, que ha lanzado pintura roja sobre aviones militares para denunciar la complicidad británica en la guerra de Gaza, ha sido equiparado legalmente a organizaciones como Al Qaeda o el Estado Islámico. Mientras el propio jefe de la policía reconoce que no se trata de terrorismo, ancianos y sacerdotes jubilados son arrestados simplemente por sostener pancartas contra el genocidio. Para Jones, este uso del término “terrorismo” vacía de sentido las palabras, criminaliza la protesta pacífica y demuestra cómo los gobiernos, al facilitar atrocidades en el extranjero, buscan blindarse en casa sofocando la disidencia y debilitando la democracia misma.
"No esperen que esto dure. Una vez infligida una lesión a la democracia, no se puede contener. Se contagia de inmediato y la enfermedad se propaga".
Anitzel Díaz
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