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Repensar la cooperación internacional: ¿pueden México y América Latina sostenerse sin USAID?

  • anitzeld
  • hace 2 días
  • 2 Min. de lectura

La cooperación internacional ha sido, por años, una herramienta de apoyo vital para América Latina. Agencias como USAID han financiado programas en salud, educación, derechos humanos y gobernanza democrática. Sin embargo, el cierre parcial de sus operaciones bajo el gobierno de Donald Trump evidenció una dura realidad: la dependencia de esa ayuda expone a la región a decisiones externas que pueden desmantelar, de un día a otro, políticas que salvan vidas. Frente a este panorama, se impone una pregunta urgente y política: ¿puede América Latina construir alternativas más autónomas, sostenibles y centradas en la dignidad humana?





El modelo tradicional de cooperación ha funcionado muchas veces bajo lógicas verticales, donde las prioridades del donante se imponen sobre las necesidades locales. Esa asimetría ha debilitado los márgenes de soberanía de muchos países del sur global. Lo que está en juego no es solo el financiamiento de programas sociales, sino la capacidad de los pueblos para decidir su rumbo. La ayuda internacional, cuando se vuelve condicional o inestable, deja de ser un acto de solidaridad y se convierte en una herramienta de control.


México


En este contexto, México representa un caso clave. Aunque ha sido receptor histórico de cooperación, en años recientes ha intentado posicionarse también como país donante en Centroamérica, promoviendo programas como Sembrando Vida o Jóvenes Construyendo el Futuro más allá de sus fronteras. Sin embargo, al interior del país, persisten grandes desigualdades que siguen dependiendo de fondos internacionales, especialmente en estados con alta marginación o violencia estructural. Además, la militarización de la seguridad y las restricciones a organizaciones de la sociedad civil han generado tensiones con agencias internacionales. México está en una encrucijada: puede liderar un nuevo enfoque de cooperación regional, pero necesita primero garantizar que su propio modelo priorice los derechos humanos por encima de los intereses geopolíticos.


Se estima que USAID ha proporcionado aproximadamente $591 millones a organizaciones no gubernamentales mexicanas en los últimos tres años. Desde 2021 hasta 2023, USAID ha movilizado cerca de $30 millones en el sur de México, beneficiando a más de 48,000 personas y apoyando industrias como el café, cacao, miel y ecoturismo





La transformación del modelo de cooperación no puede recaer solo en los gobiernos nacionales. Los gobiernos locales, con su cercanía a las comunidades, están mejor posicionados para gestionar recursos de manera sensible, transparente y eficaz. Su empoderamiento debe ser parte de una estrategia de descentralización real, que reconozca la diversidad de territorios y contextos.


Al mismo tiempo, el sector privado debe asumir un compromiso ético con el desarrollo humano. No basta con donaciones puntuales o campañas de responsabilidad social; se requiere una participación estructural en alianzas público-privadas que respeten el entorno, los derechos laborales y la justicia social. La empresa latinoamericana tiene que dejar de ser espectadora para convertirse en co-constructora de soluciones.


Repensar la cooperación internacional, desde esta perspectiva, es un acto profundamente político y humanitario. No se trata de rechazar el apoyo externo, sino de exigir una relación más equitativa, donde el respeto por las prioridades locales y la dignidad de las personas esté en el centro. América Latina tiene el talento, los recursos y la historia para imaginar nuevas formas de cooperación: más horizontales, más solidarias y, sobre todo, más libres.


Porque la realidad supera a la ficción... sigue leyendo.

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