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ā€œLos halcones que enseƱaron al mundo a esperarā€

  • anitzeld
  • hace 4 dĆ­as
  • 3 Min. de lectura

—FĆ­jate, mi niƱo, que allĆ” en Australia hay una historia que tiene a todo el paĆ­s pegado a la pantalla… pero no por una serie de Netflix, no. Esta se llama Nestflix, con ā€œnidoā€, y sus protagonistas son unos halcones peregrinos que viven hasta arriba de un edificio, como si hubieran rentado el penthouse mĆ”s caro de Melbourne.

Desde agosto, miles de personas los siguen día y noche, viendo cómo nacieron sus pollitos y cómo ahora, los condenados, ya andan practicando el vuelo desde un balcón a treinta y cuatro pisos de altura. Imagínate.

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Dicen que la mamĆ” halcón les pasa volando con palomas en las garras, nada mĆ”s para picarlos de coraje: ā€œĀæTienen hambre? Pues a volar si quieren comerā€, parece decirles. Y el seƱor que los estudia, un tal doctor Hurley, cuenta que eso les ayuda a perder peso y fortalecer las alas, que es la Ćŗnica forma en que pueden lanzarse al vacĆ­o sin caerse como piedra.


Y pensar que todo empezó hace mÔs de treinta años, cuando ese mismo biólogo se dio cuenta de que los pobres halcones ponían sus huevos en la canaleta metÔlica del edificio, donde el frío los echaba a perder. Entonces les puso una cajita de madera, y al año siguiente nacieron los primeros tres polluelos.


Con el tiempo les pusieron cĆ”maras —primero para los empleados del edificio, y luego en YouTube— y asĆ­ nació Nestflix. Ahora tienen hasta su grupo de fans en Facebook, con mĆ”s de cincuenta mil personas que no se pierden un solo movimiento. Durante la pandemia fue una locura: mientras todos encerrados en casa, ellos mirando cómo nacĆ­a la vida desde un nido a media ciudad.


Y ahĆ­, en esos dĆ­as raros y silenciosos del encierro, hubo algo que conmovió a todos: la terquedad amorosa de los padres halcones. DĆ­a y noche, cazaban, regresaban con el alimento, se turnaban para empollar, para vigilar, para esperar. Nada los detenĆ­a. Ni el frĆ­o, ni la lluvia, ni la soledad del aire vacĆ­o. Eran dos criaturas diminutas pero obstinadas, trayendo vida al mundo cuando todo lo demĆ”s parecĆ­a suspendido. Y sĆ­, se notaba el cansancio, el esfuerzo, a veces hasta el fastidio… pero seguĆ­an. Como si supieran que su tarea era recordarnos que la vida, aunque duela, insiste.



Y vaya que han tenido su novela. Que si una hembra pelea con otra y se queda con el nido; que si llega un macho joven y mata al viejo para quedarse con la casa y los hijos; que si un temblor sacudió el edificio y la pobre halcona casi se cae del susto. Dicen que la gente gritaba frente a la pantalla como si fuera final de telenovela.


Pero, mi niño, lo mÔs bonito es verlos aprender a volar. Los tres pollitos de este año ya estÔn listos, nomÔs esperando el momento. El macho despega primero, las hembras después porque pesan mÔs. Y todos rezan para que no se estrellen contra los vidrios, porque a veces pasa. El año pasado uno se fue a dar directo contra una terraza y tuvieron que llevarlo a un centro de rehabilitación, como si fuera héroe de guerra.


El doctor Hurley dice que solo cuatro de cada diez sobreviven al primer año. Cuatro, imagínate. Pero los que lo logran se vuelven los animales mÔs veloces del mundo: pueden volar a casi cuatrocientos kilómetros por hora. Y ahí andan, cazando palomas sobre los rascacielos, viviendo su vida libre.


En los comentarios del grupo, la gente escribe cosas como ā€œya tengo mis binoculares listosā€ o ā€œmi corazón no aguanta verlos volarā€. Y yo los entiendo. Hay algo en esos pajaritos que te da esperanza, como si recordaras que la vida sigue su curso aunque el mundo se caiga a pedazos.


Asƭ que fƭjate bien, chamaco: hasta en los rincones mƔs lejanos del planeta, siempre hay un nido donde la vida vuelve a empezar. Solo hace falta mirar un poco mƔs arriba.


Video en vivo:


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Una lección de vuelo (y vida)


Los halcones peregrinos —las criaturas mĆ”s veloces del planeta, capaces de alcanzar 389 km/h— estuvieron al borde de la extinción en Australia por el uso de pesticidas. Desde los aƱos ochenta, sin embargo, se han recuperado y hoy viven en casi todas las grandes ciudades, donde los edificios hacen de acantilados.

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