Hace diez años te comprabas una casa cuando tenías 29 años en México, ahora debes esperar hasta los 39
- anitzeld
- 22 sept
- 3 Min. de lectura
Hace diez años, en México era común que alguien lograra comprar su primera casa alrededor de los 29 años. Hoy esa posibilidad se ha desplazado hasta los 39, y para millones de jóvenes ni siquiera aparece en el horizonte. El mercado inmobiliario se ha convertido en un filtro que separa a quienes pueden heredar, ganar en dólares o tener un empleo altamente remunerado, de quienes deben resignarse a vivir rentando indefinidamente.
La promesa rota del patrimonio
El precio promedio nacional de una vivienda en 2025 se ubica en 1.8 millones de pesos, con un aumento anual de más del 8%. Eso significa que, en apenas una década, el acceso a la vivienda dejó de ser un proyecto de vida alcanzable para la clase media joven.
En Monterrey, una casa por debajo de los 4 millones ya casi no existe. En la Ciudad de México, el costo por metro cuadrado ha alcanzado niveles que compiten con ciudades globales, pero con sueldos muy por debajo de esos estándares. Querétaro, que hace 20 años era visto como una alternativa accesible, se ha sumado a la lista de urbes prohibitivas.
Rentar: vivir al día sin futuro
Lo que antes era una etapa de transición mientras se reunía el enganche, hoy es una trampa. En la CDMX, Monterrey y Querétaro, hasta 37% del ingreso mensual se destina a la renta. Y si un tercio del salario se va en pagar el techo, ahorrar para un crédito hipotecario se vuelve imposible.
El informe de la Conavi confirma que más del 40% de los hogares jóvenes vive en condición de renta, sin capacidad de acumular patrimonio. En otras palabras: rentar se convirtió en la única opción, pero también en la condena de una generación.
Créditos que no alcanzan
Las instituciones ofrecen créditos, pero bajo condiciones que pocos pueden cumplir. Tasas entre 9% y 11%, enganches que superan los 300 mil pesos y requisitos de ingresos estables son un muro infranqueable para millones de trabajadores con contratos temporales, informales o freelance.
Los que sí logran un crédito enfrentan plazos de 20 a 30 años que los atan hasta la vejez. La “casa propia” se transforma así en una deuda que condiciona la vida entera.
Un mapa desigual
El contraste es brutal: mientras en Tlaxcala, Chiapas o Zacatecas todavía se encuentran viviendas más accesibles, en esas mismas entidades escasean los empleos bien remunerados, la conectividad y los servicios. La paradoja es que los jóvenes deben migrar hacia las grandes ciudades donde se concentran las oportunidades laborales… y también los precios imposibles.
En cuanto a la vivienda social
La vivienda social para jóvenes en México enfrenta graves limitaciones: suele construirse en zonas periféricas lejos de empleo y transporte, los créditos y subsidios no alcanzan para cubrir los precios reales, y muchos jóvenes con trabajos informales no califican. Además, los desarrollos siguen modelos tradicionales que no responden a sus necesidades de cercanía, bienestar y comunidad. Como resultado, la vivienda social deja de ser una vía real para construir patrimonio y se convierte en un parche temporal frente a la creciente desigualdad en el acceso a la vivienda.
La vivienda como privilegio
En este escenario, el discurso optimista de los desarrolladores —que hablan de “ultra-diferenciación”, bienestar y conexión con la naturaleza— suena lejano para quienes luchan por pagar la renta a fin de mes. La vivienda en México dejó de ser un derecho y se convirtió en un privilegio.
El reto estructural ya no es solo bajar precios, sino reconocer que millones de jóvenes viven atrapados en un modelo que los excluye: rentas altas, créditos inalcanzables y un patrimonio que se retrasa, cuando no se vuelve del todo imposible.
Comprar casa a los 29, como antes, ya no es una meta. Es una postal nostálgica de un país que parecía más justo con sus jóvenes.




















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