La herencia del silencio; De parte de la princesa muerta
- anitzeld
- 13 sept
- 3 Min. de lectura
Actualizado: hace 7 días
No comprenden que el cielo es la vida en su multiplicidad infinita; ¿cómo iba a estar la vía hacia el infinito rodeada de murallas?” KM
Resulta que una princesa, que no sabía que era princesa, escribió un libro para contar la vida de su madre. Esa princesa era Kenizé Mourad. Creció en París sin palacios ni cortesanos, huérfana y despojada de la historia que la precedía. No supo hasta años después que llevaba en la sangre el linaje de los sultanes otomanos y de los rajás de la India. Descubrirlo no le devolvió un reino, pero sí le dio un destino: escribir.
Su madre, Selma Hanimsultan, nieta del sultán Murad V, nació en Estambul en los últimos resplandores del Imperio otomano. Hija de un mundo que desaparecía, conoció primero la elegancia de los palacios y luego la dureza del exilio. Vivió en Beirut con estrecheces, se casó en la India con un rajá en un matrimonio que no fue elección sino refugio, y finalmente, en París, enfrentó la guerra, la soledad y la maternidad en medio de la ocupación nazi. Su vida fue un peregrinaje forzado por la Historia, un desarraigo convertido en herencia.

Kenizé recogió ese legado en su novela De parte de la princesa muerta (1987). No es solo una biografía novelada de Selma: es el intento de una hija por reconstruir la memoria de una madre ausente, de una familia dispersa, de un imperio caído. El libro avanza como una corriente lenta y profunda: detalla costumbres, paisajes, ciudades en transformación; muestra el choque entre culturas y religiones; habla del peso de la tradición y del deseo de libertad, de la condición femenina atravesada por imposiciones y renuncias.
El título de esta historia podría ser también una metáfora de la propia Kenizé: una princesa que no sabía que lo era, marcada por el silencio de su origen. Su infancia fue un vacío de nombres, de certezas, de pertenencia. Su escritura vino a llenar ese hueco. Cada página es una manera de darle voz a Selma, de rescatarla del olvido, de pronunciar aquello que durante décadas se mantuvo callado.
De parte de la princesa muerta conmueve porque no solo retrata la caída de un mundo, sino la manera en que ese derrumbe se transmite, casi en secreto, a quienes lo heredan. Leerla es entender que la Historia no se mide solo en guerras o tratados, sino en las vidas íntimas de quienes debieron huir, perderlo todo, reinventarse.
La paradoja es luminosa: Kenizé no tuvo reino ni corona, pero halló en la literatura una forma de pertenecer. Su herencia no fue un trono, sino el silencio. Y en ese silencio ella aprendió a escuchar, a narrar y a legarnos una obra que todavía vibra con la fuerza de la memoria.
Y uno, como lector, queda con la sensación de haber abierto una puerta secreta hacia un pasado que parecía enterrado. Terminas el libro y todavía resuena la pregunta: ¿cuánto de lo que somos está hecho de lo que callaron antes de nosotros?
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