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La ciudad que era lago

  • anitzeld
  • 4 jun
  • 2 Min. de lectura

Cada año, cuando la temporada de lluvias se instala sobre el Valle de México, las calles de la capital parecen recordar un antiguo secreto: la Ciudad de México fue un lago. Lo que hoy es una metrópoli vibrante y caótica, con más de veinte millones de habitantes, antes fue un sistema lacustre complejo, dominado por los lagos de Texcoco, Xochimilco y Chalco.



En la tromba de este lunes, cayeron 10 millones de metros cúbicos de agua en CDMX; equivale a llenar una presa.
En la tromba de este lunes, cayeron 10 millones de metros cúbicos de agua en CDMX; equivale a llenar una presa.


Durante siglos, los mexicas construyeron su ciudad sobre chinampas, islotes flotantes y canales que daban sentido y equilibrio al entorno. Pero con la llegada de los colonizadores y el crecimiento urbano desenfrenado, se decidió secar los lagos para dar paso a la ciudad moderna. El resultado: una metrópoli que lucha constantemente contra su propia memoria hidráulica.


En temporada de lluvias, las consecuencias de esa transformación se hacen evidentes. Las inundaciones en Ciudad de México son más que un problema urbano: son una manifestación de la historia. Calles enteras se convierten en ríos improvisados, túneles se inundan como si fueran canales olvidados, y el tráfico se detiene, como si el agua reclamara lo que alguna vez fue suyo.





Barrios como Iztapalapa, Tláhuac o Gustavo A. Madero, asentados sobre lo que fueron cuerpos de agua, son los más vulnerables. Las lluvias intensas colapsan el sistema de drenaje, muchas veces insuficiente para la carga hídrica actual. La ciudad que se quiso imponer al lago, hoy convive con él como una sombra inevitable.


La tecnología y la ingeniería han intentado domesticar el agua: desde el Túnel Emisor Oriente hasta los megacolectores y estaciones de bombeo. Sin embargo, el problema persiste. Y es que el subsuelo de la ciudad, aún esponjoso y poroso, sigue hundiéndose con cada extracción de agua, agravando las posibilidades de encharcamientos y colapsos.


Lo irónico es que mientras la Ciudad de México sufre por exceso de agua en lluvias, padece escasez en tiempos de sequía. La sobreexplotación de los mantos acuíferos y la dependencia de fuentes externas, como el Sistema Cutzamala, ponen en evidencia una paradoja hídrica sin solución fácil.

A pesar de los avances tecnológicos, el lago sigue ahí, invisible pero presente, recordando que el territorio tiene memoria. En cada tormenta, en cada calle anegada, el pasado resurge como un espejo roto, desafiando la idea de que la ciudad pudo borrar por completo su origen acuático.


Porque al final, la Ciudad de México no fue construida sobre un lago: fue construida contra él. Y el lago, silencioso, espera cada lluvia para volver.




Porque la realidad supera a la ficción... sigue leyendo.


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