Desde las entrañas del Museo de Antropología
- anitzeld
- 4 jun
- 2 Min. de lectura
El Museo Nacional de Antropología de México, que ha sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2025 (de la La Fundación Princesa de Asturias), no es solo uno de los espacios culturales más importantes del país: es un guardián de tiempo. Cada año, más de tres millones de personas cruzan sus puertas para contemplar el vasto acervo arqueológico y etnográfico que custodia. Pero lo que pocos visitantes saben —y casi nadie menciona en voz alta— es que, bajo sus elegantes pasillos de piedra volcánica y vitrinas llenas de historia, se extiende un mundo subterráneo donde el pasado no solo se cuenta: también se conserva en huesos.

Lo descubrí durante una visita guiada, cuando el arqueólogo que nos acompañaba, con expresión cómplice, se detuvo frente al monolito de Tlaltecuhtli, la diosa mexica de la tierra que devora y regenera. Mientras hablaba de sacrificios, ciclos y fertilidad, bajó el tono de voz, como quien comparte un secreto prohibido.
"Justo debajo de donde estamos —dijo—, en los sótanos del museo, se resguardan miles de esqueletos humanos. Algunos completos, otros fragmentados. Son más de veinte mil. Muchos tienen más de mil años; otros, apenas unas décadas. No todos están en exhibición… pero están ahí."
Hubo un silencio breve, como si sus palabras nos obligaran a reacomodarnos en el tiempo.
"Es como si el museo tuviera su propio inframundo", agregó, sonriendo.
Desde entonces, cada vez que visito el museo —ese templo moderno del pasado— no puedo evitar imaginar los corredores oscuros bajo mis pies, las cajas alineadas, los cráneos etiquetados con precisión científica. Me pregunto si alguno de esos antiguos habitantes, guardados en la penumbra, todavía sueña. Si extrañan el sol. O si prefieren la paz del subsuelo, escuchando en silencio el rumor de los pasos que, arriba, siguen cruzando la historia.
Epílogo
Inaugurado el 17 de septiembre de 1964, el Museo Nacional de Antropología fue concebido como un homenaje a las culturas originarias de México y al conocimiento que aún guardan sus pueblos. La obra estuvo a cargo del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, acompañado de un equipo multidisciplinario que entendió el proyecto como algo más que un museo: como un espacio simbólico.
Su elemento arquitectónico más icónico —el “paraguas” del patio central— es una gigantesca columna metálica que sostiene un techo suspendido, del cual cae una cascada artificial. Este “árbol de agua” no solo deslumbra por su belleza, sino que representa el eje del mundo mesoamericano, ese punto de unión entre el cielo, la tierra y el inframundo. Justo debajo de él, aunque nadie lo vea, también laten los silencios del subsuelo.
Hoy, el museo es mucho más que una colección de piezas antiguas. Es un espacio donde el pasado sigue preguntando, donde los dioses aún reclaman su sitio, y donde, quizá, bajo tierra, más de veinte mil voces esperan que alguien las escuche de nuevo.
Anitzel Díaz

Leer más
Cada año, cuando la temporada de lluvias se instala sobre el Valle de México, las calles de la capital parecen recordar un antiguo...
• • Descubre otras historias increíbles
Comments