Julieta Fierro: la rebeldía que nos llevó a las estrellas
- anitzeld
- 20 sept
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Actualizado: 23 sept
Un día, Julieta Fierro intentó explicarme qué era un agujero negro. Imaginé que se trataba de algo magnífico e inabarcable, pero nunca logré comprenderlo del todo. Lo que sí me quedó claro fue la pasión con la que lo describía. A veces, como periodista, es difícil entender a profundidad lo que alguien ama, pero en ella esa entrega fue tan luminosa que bastaba escucharla para sentir la ciencia cerca.
Con la sencillez que la caracterizaba, Julieta decía: “La gravedad de un agujero negro era tan poderosa que podía absorber toda materia cercana; ni siquiera la luz, que viaja a 300 mil kilómetros por segundo, lograba escapar”. Explicaba que, al tragarse un objeto, primero lo estiraba por el lado más cercano y después lo desintegraba hasta convertirlo en protones y electrones. Por eso, insistía, nunca pudimos saber qué había dentro.
Los agujeros negros —añadía con paciencia— se formaban al final de la vida de algunas estrellas: cuando una supernova explotaba y su núcleo tenía la masa suficiente para colapsarse, quedaba ese vacío en el espacio sideral. En los núcleos de las galaxias, donde la densidad de estrellas era tremenda, se fusionaban cientos de agujeros negros, atrapando gases que giraban, brillaban antes de caer, y luego desaparecían en su interior.
Pero Julieta no se detenía en los agujeros negros. También hablaba de agujeros de gusano, esos puentes que, según la teoría, conectarían lugares distantes del espacio-tiempo. Explicaba que Albert Einstein y Nathan Rosen habían propuesto su existencia en 1935, y que eran como embudos que podían enlazarse entre sí. Con una sonrisa añadía: “Si entráramos en un agujero de gusano, llegaríamos en segundos a las estrellas más lejanas”. De inmediato pasaba de la ciencia a la ficción, invitándonos a imaginar viajes imposibles, y luego de vuelta a la realidad: experimentos recientes en computadoras cuánticas habían logrado recrear un agujero de gusano como holograma.
Era imposible no dejarse arrastrar por cómo lo contaba: entre metáforas y precisión, lograba que un misterio insondable del universo sonara cercano, casi íntimo.
La rebeldía que la llevó a las estrellas
De niña, Julieta Fierro soñaba con ser mamá de doce hijos, cirquera o hada. Ninguna de esas fantasías se cumplió, pero sí la que parecía imposible: estudiar física en una época en la que las mujeres apenas llegaban a la universidad.
Pionera de su generación —sólo tenía tres compañeras—, su rebeldía la llevó a convertirse en investigadora del Instituto de Astronomía de la UNAM y en una de las divulgadoras de la ciencia más queridas de México.
La vida le puso pruebas duras: perdió a su madre cuando tenía 13 años y su padre le encomendó cuidar a sus hermanos menores. Todo apuntaba a que debía quedarse en casa. Sin embargo, en medio de cambios sociales —la llegada de los métodos anticonceptivos, el auge de los movimientos estudiantiles, la promesa de igualdad que algunos ideales empezaban a plantear— Julieta encontró la fuerza para romper con el destino que otros querían para ella.
Ella optó por estudiar física, aunque al principio fue por un comentario casual de su hermana mayor. Después, al ver un cartel en los pasillos de la UNAM que anunciaba astronomía, recordó unas imágenes del universo que había visto en una enciclopedia, y no hubo vuelta atrás. La Universidad no sólo le dio un oficio, también la rescató de una situación familiar complicada, le brindó amistades, amor y, sobre todo, una razón para vivir.
En 2021, recibió la Medalla al Mérito en Ciencias “Mario Molina”, otorgada por el Congreso de la Ciudad de México. Ese día, fiel a su estilo lúdico y cercano, lanzó al público una “lluvia de estrellas” hecha de chocolates. La ciencia, para ella, nunca se había llevado mal con la alegría.
Julieta Fierro estaba convencida de que México necesitaba más científicas. Reconocía que a las mujeres se les exigía el doble, pero insistía en que los retos eran vencibles. Decía que problemas que afectan específicamente a las mujeres, como los dolores menstruales, no se resolverían hasta que hubiera muchas más chicas en la ciencia.
Divulgadora incansable, Julieta Fierro defendía que el conocimiento debía compartirse de forma clara y rigurosa, abierta a todas las generaciones. “Para mí, la UNAM era mi casa, mi vida, mi razón de ser”, decía con la certeza que parecía la conclusión de todas sus batallas: la rebeldía podía llevar, literalmente, hasta las estrellas.
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Este, 19 de septiembre de 2025, murió Julieta Norma Fierro Gossman a los 77 años. Su partida deja un vacío profundo en la comunidad científica y entre todos los que crecimos mirándola como faro: faro de curiosidad, de compromiso, de amor al cosmos. Su voz seguirá resonando en cada aula, en cada charla, en cada libro que ella escribió, en cada estrella que hizo posible que viéramos.
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