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José Mujica: La grandeza de lo sencillo

  • anitzeld
  • 13 may
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 23 may

Se fue un grande


El expresidente uruguayo, José "Pepe" Mujica, falleció este martes, a los 89 años de edad, víctima de cáncer.


En un mundo donde los líderes suelen asociarse con el poder, la opulencia y el ego, José “Pepe” Mujica emergió como una figura atípica, casi paradójica. Fue presidente de Uruguay (2010-2015), pero su vida y sus valores lo alejaron de la imagen tradicional del político. Lo que hizo a Mujica extraordinario no fue tanto su cargo, sino la forma en que lo habitó: con humildad, honestidad y una coherencia difícil de encontrar en la política moderna.


Mujica fue guerrillero del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros en los años 60 y 70, por lo cual pasó más de una década en prisión, en condiciones inhumanas. Pero lo que podría haberlo convertido en un hombre amargado o resentido, lo transformó en alguien profundamente reflexivo y comprometido con la paz. Su experiencia lo dotó de una visión del poder como servicio, no como privilegio.


Durante su presidencia, vivió en su austera chacra, manejaba un viejo Volkswagen escarabajo y donaba la mayor parte de su salario a organizaciones sociales. No se trataba de gestos simbólicos, sino de una filosofía de vida: Mujica no necesitaba más para ser feliz, y esa fue su mayor lección al mundo.  Implementó políticas progresistas que consolidaron a Uruguay como un país avanzado en términos de derechos humanos y bienestar social entre otras: legalizó el matrimonio igualitario; regularizó la producción y venta de cannabis; mejoró la distribución de la riqueza y redujo la pobreza.



Su discurso ante la ONU en 2013 fue un llamado urgente a la humanidad para repensar el modelo de consumo y el sentido de la vida. “El desarrollo no puede ser en contra de la felicidad; debe ser a favor de la vida humana, del amor, de la amistad, de lo que nos hace felices”, dijo, con una claridad moral que pocos líderes se atreven a pronunciar.

Lo que hizo extraordinario a José Mujica fue su coherencia: vivió como pensaba, habló como vivía y gobernó con la conciencia de que ningún cargo vale más que la dignidad humana. En tiempos donde el cinismo y la ambición tiñen la política, Mujica representa una esperanza: la de que es posible liderar sin perder la esencia, sin dejar de ser humano.




En palabras del propio Mujica:
“Pobre no es el que tiene poco, sino el que necesita mucho.”

Su coherencia entre discurso y acción, su espíritu humilde y su capacidad para liderar con el ejemplo lo convierten en una figura extraordinaria y única en la política mundial.


Quizá su mayor legado no esté en una ley o en una reforma, sino en haber recordado al mundo que la sencillez, la empatía y la verdad son también formas de ejercer el poder. Mujica no fue un político común, fue, ante todo, un hombre profundamente humano. Y eso, en el fondo, es lo que lo hizo extraordinario.


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