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Un año de Claudia Sheinbaum: obras, violencia y las trincheras ciudadanas

  • anitzeld
  • hace 1 día
  • 3 Min. de lectura


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El primer año de Claudia Sheinbaum como presidenta de México se resume en una ecuación compleja: crecimiento económico y grandes proyectos de infraestructura de un lado; violencia, crisis de derechos humanos y tensiones diplomáticas del otro. A esa suma se agrega un actor que no suele aparecer en los balances oficiales: una oposición ciudadana que, sin partidos de por medio, empuja agendas locales y resiste en las calles.


En materia de infraestructura, el sello ha sido la continuidad del megaproyecto territorial iniciado en el sexenio anterior. Con inversiones millonarias en trenes de pasajeros —de la capital hacia Pachuca y Querétaro, además del avance del Tren Maya— el gobierno ha buscado un efecto doble: modernizar la movilidad y dinamizar polos económicos fuera de la Ciudad de México. A ello se suma un plan hídrico con más de 120 mil millones de pesos en 17 proyectos estratégicos, desde presas hasta sistemas de saneamiento. En el sector energético, la apuesta se concentra en la Comisión Federal de Electricidad, con 620 mil millones de pesos destinados a ampliar la cobertura y migrar a fuentes más limpias. El discurso oficial habla de un país mejor conectado, menos desigual. Los críticos, en cambio, ven un riesgo: megaproyectos que avanzan sin plena consulta a comunidades afectadas y con impactos ambientales aún no calculados.


La seguridad regional es quizá el terreno donde se mide con mayor crudeza la distancia entre los números y la realidad en las calles. Los datos oficiales presumen una reducción de 25 % en homicidios y un récord en decomisos de drogas y laboratorios clandestinos. Pero en estados como Chiapas, Michoacán o Zacatecas, la violencia no cede. Human Rights Watch describe el panorama como “una crisis de derechos humanos heredada y no resuelta”: desapariciones, ejecuciones extrajudiciales, militarización extendida y un repunte de la extorsión que golpea a pequeños comerciantes. En comunidades como Pantelhó, los pobladores han optado por organizarse en autodefensas, reflejo de la desconfianza hacia instituciones que prometen seguridad pero no logran garantizarla.


La relación con Estados Unidos atraviesa una tensión de doble filo. Por un lado, se ha reforzado la cooperación en materia de fentanilo y tráfico de armas, con decomisos récord que Washington aplaude. Por el otro, declaraciones judiciales como las del capo Ismael “El Mayo” Zambada —quien habló de sobornos a autoridades mexicanas— han colocado a la administración en el ojo internacional. La Casa Blanca exige pruebas de transparencia y rendición de cuentas, mientras la retórica mexicana insiste en que no se permitirá “ninguna intromisión en asuntos internos”. Esa línea fina se complica con la campaña electoral estadounidense, donde México vuelve a ser blanco de discursos que piden mano dura contra los cárteles.


Las trincheras que incomodan


En contraste con una oposición partidista debilitada, los frentes ciudadanos se han convertido en la verdadera incomodidad para el poder. Son madres que excavan con sus propias manos, campesinos que frenan máquinas de construcción, médicos que exhiben la precariedad del sistema de salud. Su fuerza no está en las curules, sino en el eco que logran darle a las grietas del país.


A un año de gobierno, Sheinbaum exhibe logros macroeconómicos y un pulso político firme. Pero bajo esa superficie late otra realidad: un México donde la infraestructura avanza a costa de territorios, donde la seguridad mejora en las cifras pero no en los pueblos, donde la relación con Estados Unidos oscila entre cooperación y presión, y donde la oposición que realmente duele no se organiza en partidos, sino en las calles, en los tribunales y en las fosas clandestinas.


Epílogo


Un viernes de agosto, bajo un sol inclemente en Hermosillo, Leticia y otras buscadoras clavan varillas en la tierra reseca. El calor derrite las botellas de agua que cargan en mochilas de tela. De pronto, una varilla se hunde más de lo normal. Se hace silencio. Alguien avisa: “Aquí huele”. Todas se acercan, empiezan a escarbar con palas y guantes de cocina. No hay prensa, no hay autoridades. Solo mujeres buscando a los suyos.


Ese mismo día, a más de mil kilómetros, médicos se encadenan frente a un hospital en Toluca exigiendo medicinas. Y en la península, un grupo de campesinos se sienta frente a las máquinas del tren que intenta abrirse paso en la selva. Tres escenas distintas, una misma trinchera.


Un año después de la llegada de Claudia Sheinbaum al poder, el país se debate entre cifras de progreso y realidades de dolor. El verdadero contrapoder no está en los partidos, sino en esas manos anónimas que excavan, curan y resisten.

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