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“Tan lejos, tan cerca”: La Virgen de Guadalupe llega al Prado

  • anitzeld
  • 20 jun
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 21 jun

En una de las apuestas más singulares del Museo del Prado, la exposición Tan lejos, tan cerca. Guadalupe de México en España propone un recorrido inédito por la expansión transatlántica de la imagen de la Virgen de Guadalupe. Desde su aparición en el cerro del Tepeyac hasta su propagación por la península ibérica y otras partes del mundo, la muestra visibiliza la potencia emocional, política y estética que tuvo —y aún tiene— esta advocación mariana nacida en suelo mexicano.


El relato curatorial se construye con cerca de setenta obras procedentes de museos, iglesias y colecciones privadas, la mayoría conservadas en España. Solo ocho piezas cruzaron el Atlántico. Entre las más destacadas se encuentran óleos de José Juárez, Juan Correa y Miguel Cabrera, quienes convirtieron la devoción en arte, y viceversa. Junto a ellos, el espectador se encuentra con piezas firmadas por grandes maestros del Siglo de Oro español como Zurbarán o Velázquez, en un diálogo inesperado pero eficaz: la pintura virreinal no desentona en absoluto, al contrario, revela la riqueza expresiva de los talleres novohispanos y su proyección global.


La exposición está comisariada por Jaime Cuadriello, investigador de la UNAM, y Paula Mues Orts, del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ambos insisten en que esta no es una muestra sobre la religión, sino sobre las imágenes: sobre su circulación, su reproducción y el poder que tienen para moldear imaginarios colectivos. “La Virgen de Guadalupe es una de las imágenes más reproducidas del mundo. Cada copia se convirtió en un testimonio de devoción y en una embajadora cultural. La suya fue una expansión afectiva”, explica Cuadriello.


En medio del recorrido, un visitante mexicano de nombre Juan Carlos, originario de Puebla, se detiene frente a una de las representaciones más antiguas de la Virgen: “Nunca imaginé verla aquí, en el Prado. Me dieron ganas de llorar. Es como si una parte de México estuviera colgada en estas paredes europeas. Y no es nostalgia —es orgullo”, dice, conmovido. Su reacción no es aislada. Muchos de los asistentes latinoamericanos que caminan la sala lo hacen con una mezcla de asombro y reconocimiento, como si las imágenes hablaran también de su propia historia familiar.

A lo largo de la exposición, se observa cómo la imagen guadalupana fue replicada no solo en lienzos, sino también en materiales exóticos como el nácar, el marfil o el latón, llegados a través del Galeón de Manila. Su presencia se documenta en al menos 18 catedrales españolas y en cientos de iglesias rurales, lo que da cuenta de su arraigo popular. Más allá del arte, la muestra también interpela desde la política: el culto a Guadalupe operó como una forma de articulación entre imperio y periferia, entre colonizador y colonizado.


En palabras de Mues Orts, “esta exposición quiere proponer una lectura sin resentimientos, pero con memoria”. Y lo logra: lejos de una visión folclórica o subordinada, el Prado abre sus salas a una historia compartida que había permanecido fuera del canon. Así, lo que empezó como una aparición mariana en 1531, se convierte aquí en una metáfora visual del mestizaje, la resistencia y la circulación de símbolos en el mundo moderno.


Tan lejos, tan cerca estará abierta al público hasta el 14 de septiembre de 2025, en el edificio de los Jerónimos del Museo del Prado. Quien cruce sus salas no verá solo arte religioso, sino un espejo de la historia entre México y España, contado desde la devoción, pero también desde la mirada crítica.



Anitzel Díaz


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