Migrar, resistir, sobrevivir; el endurecimiento migratorio en EE.UU. dispara el negocio del tráfico de personas en México
- anitzeld
- 4 jul
- 4 Min. de lectura
A pesar del muro, a pesar del miedo

La cifra parece contradictoria: en junio de 2025, los cruces irregulares de migrantes en la frontera suroeste de Estados Unidos cayeron a su punto más bajo en más de dos décadas. Solo 6.070 personas fueron detenidas por la Patrulla Fronteriza, y el 28 de junio se registró el día con menos arrestos en un cuarto de siglo. Las autoridades estadounidenses celebraron el dato como un triunfo de la "frontera más segura en la historia", reforzada por nuevas leyes, miles de millones de dólares en vigilancia y un muro más alto, más largo, más caro.
Sin embargo, a miles de kilómetros de ahí, en el sur de México, el paisaje es otro. Tapachula, epicentro migratorio de la frontera con Guatemala, no conoce la calma. Al contrario: las rutas clandestinas están más activas que nunca. La presión por cruzar no ha desaparecido; ha mutado. Lo que antes era un flujo visible, ahora se ha vuelto subterráneo, peligroso, extorsionado.
Los traficantes de personas —los famosos coyotes— cobran entre 10.000 y 15.000 dólares por viaje hacia el norte. “Los cárteles están en guerra por controlar estas rutas”, denuncia Luis Rey García Villagrán, del Centro de Dignificación Humana (CDH). “Y eso explica los enfrentamientos recientes entre policías y grupos criminales. El tráfico humano se ha convertido en botín”.
Historias en tránsito
Ghislayne Jiménez, una psicóloga cubana de 30 años, llegó a Tapachula tras un viaje largo y caro. Pagó 5.000 dólares para salir de Cuba hacia Nicaragua y otros 5.000 a los coyotes que la trasladaron por tierra hasta Chiapas. “Nos movían como bultos. Sin garantías, sin descanso”, relata desde una empacadora donde trabaja hasta 17 horas al día. “Aquí todo se paga. El camino, el silencio, incluso la espera”.
Fredy Lozano, ecuatoriano, comparte una experiencia parecida. Desde hace un año sobrevive limpiando parabrisas mientras espera sus papeles. “A los que venimos sin visa nos sacan dinero en cada retén. Aquí, estar indocumentado significa pagar por respirar”, dice.
Pero quizás la historia más cruda es la de Ana Iris, una joven hondureña que viajó con su hija de cuatro años desde San Pedro Sula. “Caminamos días en la selva del Darién. Mi hija se enfermó con fiebre, pero el coyote no se detuvo. Me dijo que si no avanzábamos, nos dejaba. La cargué en brazos tres días”.
Cuando por fin llegaron a México, les exigieron 400 dólares más para no ser deportadas. “Aquí estamos, atrapadas en Tapachula, sin dinero, sin respuestas, solo miedo”, concluye Ana, alojada hoy en un refugio improvisado.
Estadísticas que no cuentan todo
La administración Trump ha eliminado programas de alivio migratorio como el parole humanitario para Cuba, Nicaragua, Haití y Venezuela. También suspendió la aplicación CBP One, que permitía pedir una cita para ingresar legalmente a EE.UU. La consecuencia: más de medio millón de personas están varadas en México, sin papeles ni salida clara.
A la par, la nueva ley fiscal de seguridad fronteriza, recién aprobada por la Cámara de Representantes, inyectará más de 130.000 millones de dólares para construir muro, expandir centros de detención y contratar 20.000 nuevos agentes migratorios.
Las cifras bajan, sí. Pero las historias detrás de esos números revelan otra verdad: la migración no ha cesado; solo se ha vuelto más cara, más secreta, más peligrosa.

Ojalá nadie tuviera que irse de su país
600 cráneos de resina enfrentan al espectador con una realidad brutal: la migración como un último suspiro. La instalación de Adán Paredes recuerda que los cuerpos migrantes —los que llegaron, los que se quedaron, los que se perdieron— tienen memoria.
En 1980, más mexicanos cruzaron la frontera que en todo el siglo anterior. Hoy, de los más de 12 millones de mexicanos que viven fuera de su país, el 97% está en Estados Unidos.
Y a pesar de Trump, más de 5 mil migrantes han cruzado América en caravana. La frontera se cerró, Tijuana colapsó. Pero también hubo redes de ayuda, casas abiertas, comida compartida. Porque migrar no es delito. Migrar es dejar atrás, pero también es resistir.
La frontera está llena de símbolos. Murales, cruces blancas, banderas de paz. Betsabeé Romero colocó 100 hormas de zapato con frases que homenajean a quienes cruzaron. Jean René, conocido como JR, montó la imagen de un niño mirando desde Tecate hacia California: una mirada, una pregunta. ¿Por qué tenemos que irnos?
"Ojalá nadie tuviera que irse de su país. Que no se conozca el miedo. Que todos tengan casa, cobijo. Que no tengamos que conocer la soledad del que se queda; la incertidumbre del que se va."
Ese deseo —que a veces parece utopía— sigue habitando en cada migrante que duerme bajo un techo improvisado, en cada madre que carga a su hija enferma, en cada cráneo de resina que representa una vida que no debió perderse.
“El gesto del arte contemporáneo es a veces percibido como invisible. Es cuestionado y anulado. Pero a veces es permanente.”
Comments