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Memoria viva: Familias mexicanas crean sus propios archivos forenses

  • anitzeld
  • hace 4 días
  • 3 Min. de lectura

En la era del rezago forense, la memoria también se resguarda en la nube.



En una casa modesta de Coatzacoalcos, Veracruz, una madre despliega sobre la mesa no solo las fichas con los datos de su hijo desaparecido, sino una laptop con acceso restringido a un archivo en línea. El documento —llamado “MAPA general de hallazgos 2023–2024”— contiene coordenadas GPS, fotos de huesos con anotaciones, muestras de ADN almacenadas en un laboratorio civil y una lista de restos sin identificar encontrados por colectivas de búsqueda. Es un registro más preciso y actualizado que el del propio gobierno.



“Nosotras les decimos nuestras ‘fosas digitales’”, explica Miriam, integrante del colectivo Madres Buscadoras del Sur. “Porque ahí guardamos todo lo que las instituciones no quieren ver”.

El archivo en la nube como archivo forense


Desde hace al menos dos años, colectivos de familiares de personas desaparecidas han comenzado a construir repositorios digitales comunitarios: documentos colaborativos y carpetas protegidas donde centralizan la información que ellas mismas han recabado en campo. Esta nueva forma de documentación ha surgido ante el colapso del sistema forense mexicano, la desactualización del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y el desdén institucional.


“En lugar de esperar a que la fiscalía suba los datos o te dé acceso a los expedientes, lo hacemos nosotras con Excel, Google Maps y Telegram”, dice Mariana, buscadora de Guerrero. “No es oficial, pero es más real”.

Estos archivos pueden incluir:


  • Fotografías de restos hallados en fosas clandestinas

  • Descripciones anatómicas básicas (tipo de hueso, ropa, ubicación)

  • Perfiles genéticos obtenidos con apoyo de ONG

  • Mapas interactivos con georreferencias de puntos de búsqueda

  • Testimonios de pobladores que han señalado zonas de riesgo

En algunos casos, se resguardan incluso reconstrucciones faciales digitales hechas con ayuda de voluntarios en universidades.


El rezago del Estado como detonante


México acumula más de 110 mil personas desaparecidas. Según datos oficiales, más de 52 mil cuerpos permanecen sin identificar en instalaciones forenses del país. Pero el acceso a esa información por parte de las familias es lento, opaco y, a menudo, nulo.

A esto se suma el desmantelamiento del Mecanismo Extraordinario de Identificación Forense, los cambios en el Centro Nacional de Identificación Humana y la incertidumbre política tras las elecciones de 2024.


“Confiar en el gobierno es perder tiempo valioso”, dice Ana Laura, madre buscadora en Jalisco. “Nos dimos cuenta que, si no hacíamos nuestro propio sistema, nuestros muertos se quedarían en cajas anónimas”.


Lo que guardan y lo que temen


Estas “fosas digitales” también son espacios de memoria. Algunas carpetas incluyen cartas escritas a mano, grabaciones de voz de las personas desaparecidas, diarios de campo, o incluso cartas de despedida de madres fallecidas sin encontrar a sus hijos.

Pero hay miedos: la vulnerabilidad digital, el posible robo o mal uso de los datos, la vigilancia por parte del crimen organizado, o incluso represalias institucionales. Por eso, muchas de estas plataformas son de acceso restringido y se comparten solo entre miembros de confianza.


“Tenemos claves cifradas y no subimos todo a la nube”, cuenta una activista de Tamaulipas. “Usamos USBs encriptadas que guardamos en cajas fuertes o escondemos en lugares insospechados. Porque esto, aunque no lo parezca, es lo más valioso que tenemos”.

Un conocimiento popular forense


Expertos consultados consideran que este fenómeno podría ser el germen de un archivo forense popular y autónomo en México. Un sistema paralelo que no busca reemplazar al Estado, pero sí evidenciar su ausencia.


“Las buscadoras están haciendo trabajo forense, cartográfico, estadístico, antropológico… sin sueldo, sin protección y sin reconocimiento legal”, apunta la investigadora Carla Ríos, de la UNAM. “Es una forma de soberanía de los datos desde abajo”.

Algunas organizaciones internacionales de derechos humanos han comenzado a interesarse en estos archivos comunitarios comoposibles modelos para contextos en América Latina.


Memoria viva


Cada archivo no es solo una base de datos, sino un acto de resistencia. “Es nuestra forma de no olvidarlos y de no permitir que los desaparezcan dos veces”, dice Miriam. “Primero se los llevaron. Luego los escondieron. Ahora nos toca encontrarlos. Aunque sea en un archivo de Google Drive”.

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