Los Demonios de La Habana
- anitzeld
- 18 abr
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 19 abr
Sucedió así. Un día, mientras navegaba por Spotify como quien hojea un libro sin esperar nada, apareció una canción con un título demasiado sugerente como para ignorarlo: Los demonios de La Habana. Casi nunca caigo, pero esta vez sí. Y caí hondo. Desde ese momento, algo se encendió: una relación inesperada tejida entre el consumo cultural de hoy —Spotify, Instagram— y algo mucho más antiguo, visceral. La Habana, desde la pantalla, se coló en Cuernavaca, y luego se me apareció de nuevo en Murcia. No como un lugar físico, sino como una sensación.
La canción me tocó desde todos los frentes: el arte, la composición, la añoranza, el amor, el desamor. Todo estaba ahí, envuelto en una voz que parecía cantarte al oído desde un balcón húmedo con olor a ron y gasolina.
Tan largo el malecón como mi heridaDentro tengo tu olor a gasolinaTengo que estar de pie entre las ruinasBesaba un corazón ayer a la derivaSi vuelvo a verte, amor, desconfía…
Desde la primera vez que conocí La Habana me quedé prendada para siempre. Esa ciudad no se olvida. Y sí, huele a gasolina, como dice la canción. Pero también huele a salitre, a café recién hecho y a promesas que se deshacen con el calor del mediodía. Unas semanas después de escuchar Los demonios de La Habana, era Jueves Santo y yo estaba en una terraza de Cuernavaca. El mismo dúo que canta la canción —Carey— tocaba en vivo, dándolo todo. Un momento suspendido. No solo son músicos. Son artistas. Performers que no interpretan, sino que viven lo que cantan. Me conmovieron. Les dije gracias. Siempre se agradece la auténtica creación de algo hermoso. No hay nada que disfrute más que lo crudamente auténtico.
Al final, entre risas y vasos vacíos, hablé con uno de ellos. El cantante me soltó, sin aviso: “Cuando estoy hablando contigo, estoy componiéndote las canciones.” Y fue solo un paréntesis en unas vacaciones. Pero de esos que se quedan flotando en el aire, como el humo de un habano encendido.
Después supe más. Que Carey está formado por Aarön Sáez y Antonio Turro, uno más cercano al pop, el otro a la música clásica. Que graban en La Habana, que reviven la habanera —ese género mestizo que une Europa, África y América— con la delicadeza de quien limpia una joya antigua para volverla a usar. Que La Casa Rosa, su disco más reciente, es un homenaje a eso: a las raíces, al mestizaje, al vaivén entre mares.
Pero todo eso vino después. Primero fue la canción, el golpe emocional, la grieta abierta en el pecho. Y luego la certeza de que hay música que no solo se escucha. Se vive, se camina, se huele. Como La Habana.
Anitzel Díaz
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