La sombra del sable: historia de los golpes militares en América Latina
- anitzeld
- 25 jun
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 26 jun
Durante la Guerra Fría, los golpes de Estado fueron un problema grave y generalizado para América Latina y el Caribe. Esta fue, con diferencia, la región en la que más golpes de Estado hubo, contando tanto exitosos como fallidos...
En aquellos años de conflicto bipolar, llegar al poder de forma violenta e ilegal era muy común en el mundo ⸻y en particular en la región⸻, pues los incentivos estaban alineados para favorecer a gobiernos anticomunistas (incluso los golpistas) por encima de gobiernos democráticos (especialmente si olían a izquierda). El fantasma del comunismo que atentaba contra la tradición occidental y católica de Latinoamérica era el pretexto perfecto para que los militares quisieran salvar a su país y se impusieran sobre cualquier gobierno legítimo y uno que otro igualmente ilegítimo. Además, si eran eficientes, para cuando el resto del mundo se enterara al día siguiente del golpe de Estado, este sería ya un hecho consumado que no tendría vuelta atrás, dejando al resto del mundo sin otra alternativa que otorgarle su reconocimiento, dado el principio de no intervención o del uso extendido que tenía en la región la Doctrina Estrada, mal entendida muchas veces como una de “reconocimiento automático” de nuevos gobiernos.
Un cuento contemporáneo
En América Latina, la democracia no siempre fue un derecho ganado; muchas veces fue una pausa entre dictaduras. Desde mediados del siglo XX, los golpes de Estado militares marcaron la vida política de la región con una regularidad escalofriante, como si la historia se repitiera en distintos acentos, pero con la misma bota sobre el cuello.
Todo comenzó a tomar forma en los años 50 y 60, cuando el mundo parecía partirse en dos: comunismo o capitalismo, revolución o represión. En ese ajedrez global, América Latina se convirtió en tablero. Y los militares, entrenados en academias castrenses locales o en cursos organizados por Estados Unidos, fueron los peones dispuestos a mover piezas con tanques y fusiles.
Uno de los primeros ensayos de este guion fue en Guatemala, en 1954, cuando la CIA impulsó el derrocamiento del presidente Jacobo Árbenz, acusado de simpatizar con el comunismo por expropiar tierras a la United Fruit Company. Fue el modelo exportable: una intervención disfrazada de “salvación nacional” que justificó décadas de autoritarismo.
En Brasil (1964), Argentina (1966 y 1976), y Chile (11 de septiembre de 1973), la historia se rompió con bombardeos, desapariciones y dictadores que gobernaron con mano dura. El golpe de Estado en Chile, con el derrocamiento de Salvador Allende y la llegada de Augusto Pinochet, es uno de los más emblemáticos y documentados.
Casi no hubo país que se salvara. Uruguay, con su dictadura cívico-militar desde 1973. Paraguay, donde Alfredo Stroessner gobernó con puño de hierro durante 35 años. Bolivia, con una sucesión de cuartelazos. Perú, Ecuador, Honduras, El Salvador: todos tuvieron su versión del golpe, su general redentor, su promesa de orden que pronto se volvió represión.
La Doctrina de Seguridad Nacional sirvió como justificación teórica. El enemigo ya no era otro país: era interno, invisible, ideológico. Podía ser un sindicalista, un estudiante, un cura. Así nació el terrorismo de Estado en América Latina. En Argentina, la dictadura desapareció a 30 mil personas. En Chile, miles pasaron por centros clandestinos de detención. Las Madres de Plaza de Mayo comenzaron a marchar porque sus hijos no volvían. La memoria histórica se tejió a fuerza de pañuelos y gritos en la Plaza.
No se trató solo de represión, sino de reconfigurar sociedades enteras. Privatizaciones, deuda externa, silenciamiento. Las dictaduras abrieron camino al neoliberalismo en América Latina antes que las urnas. Y mientras tanto, los militares negociaban impunidad, amnistías, olvidos.
El siglo XXI trajo otras formas de autoritarismo, pero el fantasma del golpe militar no desapareció. En Honduras (2009), los militares volvieron a sacar a un presidente en pijama. En Bolivia (2019), Evo Morales fue forzado a renunciar entre presiones militares y policiales. Aunque los métodos cambien y los discursos se disfracen, el viejo reflejo sigue latente.
Hoy, América Latina recuerda y resiste. Hay juicios, archivos desclasificados, nombres que salen a la luz. Pero también hay nostalgias peligrosas, voces que reivindican el orden de los fusiles. Por eso, contar esta historia no es solo mirar al pasado. Es advertencia. Es memoria encendida para que el ruido de las botas no vuelva a ahogar la voz de los pueblos.
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