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Cuba, #11J cuatro años después: los mismos golpes, la misma oscuridad

  • anitzeld
  • 12 jul
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 21 jul

La Habana, julio de 2025. A cuatro años del 11J, Cuba avanza a oscuras, sigue escuchando los mismos gritos de libertad, ahogados por el ruido de las patrullas y los apagones. Esta vez fue en Guanabacoa, un municipixo habanero que volvió a encender la chispa de la protesta en medio de la oscuridad literal y simbólica del país. La noche del 29 de junio, poco antes de que se cumpliera el cuarto aniversario del estallido social más grande de las últimas décadas, las cacerolas sonaron otra vez.


Como cualquier fecha que deja una huella profunda, cada cubano sabe qué estaba haciendo cuando se enteró de las protestas del 11 de julio de 2021. Algunos vieron las imágenes desde sus móviles, a miles de kilómetros de la isla. Otros se lanzaron a las calles con el grito de "¡Libertad!" Y también estaban los que, dentro de sus unidades militares, recibieron la orden de reprimir. Cada quien guarda una historia, aunque muchas siguen silenciadas por miedo.


Aquel día, Cuba cambió. Si antes el régimen aún se empeñaba en sostener una imagen de justicia social, el 11J derrumbó esa fachada frente al mundo. Las imágenes fueron claras: el pueblo desesperado pedía comida, medicinas, luz, un futuro… y la respuesta fue el garrote. Tropas antimotines atacaron a la multitud con palos, gases y en algunos barrios, también con balas. Aquel domingo, el discurso oficial se volvió amenaza explícita cuando el propio presidente Miguel Díaz-Canel pronunció su frase más recordada: “La orden de combate está dada”. En ese momento, se rompió algo más que la narrativa: se rompió el pacto de fingimientos.


Hoy, a cuatro años de ese parteaguas, la represión ya no se disfraza. Se ejerce a plena luz (o en su ausencia, como en los frecuentes apagones) y sin pudor. El sistema ya no pretende gobernar para todos: gobierna para sí mismo y contra quien lo contradiga. En redes sociales, funcionarios públicos amenazan abiertamente a ciudadanos críticos. Quien alce la voz —sea periodista, activista o madre desesperada por la falta de agua— puede terminar en la cárcel o en el exilio.


Así le ocurrió a Sunamis Quintero, una joven madre de Guanabacoa que fue golpeada por gritar “¡Libertad!” desde la puerta de su casa el 29 de junio de este año. Fue detenida frente a sus hijos pequeños, incomunicada y trasladada a Villa Marista. Su caso no es aislado. Días después arrestaron a su primo, a vecinos, a una sobreviviente de cáncer. Ninguno portaba armas. Solo frustración.


Hasta ahora, 421 personas continúan encarceladas por participar en las protestas del 11J de 2021. Más de 2,000 fueron procesadas penalmente, muchas en juicios sumarios, sin garantías, sin pruebas. Según la organización Justicia 11J, al menos 728 presos políticos se encuentran en las cárceles cubanas, y en lo que va de 2025 se han registrado 141 protestas públicas. Aunque de menor magnitud que las de aquel julio, los estallidos no cesan. El país es un campo reseco donde cada cacerolazo puede volver a encender la llama.


El legado del 11J es doble: por un lado, una ciudadanía más consciente de su hartazgo, que aprendió que pedir comida es, también, un acto político. Por el otro, un régimen que dejó de fingir y que hoy actúa con una desfachatez represiva que alcanza a todos. El miedo ya no solo vive entre los opositores. Atraviesa escuelas, hospitales, mercados, grupos de WhatsApp.


El relato del poder, construido con esmero desde 1959, se agrietó definitivamente en 2021. Aquel mito de un país unido en torno a su partido único, satisfecho con sus escaseces y orgulloso de su modelo, se desmoronó en pantalla. Muchos cubanos —y no pocos observadores del mundo— comprendieron entonces que la supuesta unanimidad era miedo, y que la represión no era excepción, sino regla.


Hoy, cuatro años después, sigue habiendo palos, cárcel y calabozos. Pero también sigue habiendo rabia, dignidad y pequeños incendios que, algún día, podrían arder de nuevo como aquel 11J.





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