Melancolía de Magali Lara
- anitzeld
- 3 may
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Por Anitzel Díaz
Sí hay historias en lo abstracto; las hay en mi pintura. Lo que pasa es que están contadas desde un lugar que yo creo que tiene que ver más con emocionarte… que los colores sí tienen poder y que la composición sí tiene un sentido; es una manera de configurar el mundo.
— Magali Lara
Magali Lara nació en la Ciudad de México en 1956. Estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM entre 1976 y 1979, donde obtuvo el título de licenciada en Artes Visuales. En 1977 presentó su primera exposición individual, Tijeras, una serie de diez dibujos acompañados de textos al estilo de historietas, además de un libro de artista.
En 1983 conoció al artista cubano Juan Francisco Elso. Su relación marcó profundamente su vida y su obra. Elso decidió quedarse en México, donde se casó con Magali. Durante ese tiempo desarrolló una obra breve, pero muy intensa. En 1988 falleció de leucemia. Fue uno de los primeros artistas de su generación en salir legalmente de Cuba, aprovechando una apertura en la política cultural entre ambos países.
Conversamos en su estudio en San Ángel, blanco, luminoso, como esperando ser intervenido. Hablamos del amor, del arte, de la vida.
Relación con Elso...
—Me tocó lo que llamábamos migración de bajo voltaje. México era un cruce latinoamericano; había un deseo generacional de colaborar, influenciado por la Revolución Cubana y la izquierda. Adolfo Patiño, que entonces tenía la galería La Agencia, trajo a Elso, a José Bedia y a Ricardo Rodríguez Brey. Cuba los mandaba sin dinero, así que se quedaron en casa de Carla Rippey y del propio Patiño. Fueron seis meses. Bedia y Ricardo se ligaron a medio México, pero Elso era más tranquilo, más bien melancólico, y así lo conocí. Era amigo de mis amigos. Yo vivía en Copilco, tenía un cuarto extra y se lo ofrecí. Ahí empezó el romance. Él no buscaba una relación. Regresó a México en 1986 para exponer, nos casamos y, pocos meses después, enfermó. Murió a los seis meses.
Su influencia...
—Fue hermoso porque él tenía una forma distinta de entender el mundo, desde lo mágico y étnico. Yo venía de una generación harta de eso; más feminista, más crítica de la izquierda. Estuve en Berlín, conviví con feministas, descubrí la ecología, la Guerra Fría desde dentro. El Partido Comunista ya no tenía sentido, aunque ellos —los cubanos— eran la protesta contra ese sistema. Tenían otra forma de mirar lo popular. Como con Ehrenberg y Grobet: lo popular como experiencia cultural, como algo reivindicador. Todos eran cultísimos, pero con una excentricidad que me enriqueció mucho poéticamente.
—Vi crecer sus obras. Los primeros dibujos de Bedia son muy poderosos. Todos reflexionaban sobre la autocensura. Cuando Elso estaba hospitalizado, escuchábamos confesiones de gente poderosa. Fue una experiencia de sensaciones e intuiciones más que de hechos.
La poesía...
—Siempre fui amiga de poetas. Me gusta la poesía. Ese era el pleito con Elso: él quería ensayo, yo escribía poéticamente. Me atraía el mundo mágico, pero como estructura de pensamiento, no como pasado. El mito como forma de volver a construir el mundo. Un pensamiento poético desde lo latinoamericano. Bedia me prestó libros de autores africanos contemporáneos. Ahí conocí a Amos Tutuola, entre otros.
La lectura, los viajes...
—Todo es parte de la observación. Ser extranjera en tu propia tierra. Mi familia era yucateca, nunca se sintió de aquí, de la Ciudad de México. Yo tampoco. Siempre estoy un poco fuera.
La familia...
—Somos nueve hermanos: tres artistas y dos filósofas. Mi madre era muy inteligente e intrépida. Quería que sus hijos tuvieran un mundo interior. Mis padres valoraban mucho la educación. Yo quería ser escritora, pero mi hermano mayor ocupó ese lugar, así que busqué un espacio entre el dibujo y la pintura. Siempre hay un texto detrás de mi obra, la construyo como un ensayo poético. La caligrafía es observar mi propio estudio: el dibujo y la escritura son siameses. La pintura vino después, desde la sensación del color.
La pintora...
—Estudié gráfica en la ENAP, no quería ser pintora. Pero hacia los treinta empecé a pintar. Tomé como modelo a María Izquierdo —Naturaleza muerta con huachinangos—. Esos huachinangos son existenciales: vida, sexo. Empecé con bodegones. Teresa del Conde dijo que mis cosas eran espantosas, y se lo agradezco: ahora hago lo que quiero. Ya me dijeron lo peor. Toda mi generación carga el estigma de lo que "debe ser" la pintura mexicana. Para mí es un reto: tiene sensualidad, placer de estar ahí.
Proceso creativo...
—Es rico, pero necesito un motivo. Casi siempre es una forma. Leo mucho. A veces un texto me lleva a buscar un equivalente visual. Primero dibujo, escribo, anoto citas en libretas. Luego, cuando la forma ya está asimilada, empiezo a pintar. No pinto todo el tiempo. Me gustaría, pero mis periodos son cortos e intensos. Siempre estoy creando: grabados, acuarelas, dibujos, tapetes. Soy diurna; me gusta el sol, los colores del día.
—Dibujo y escritura tienen que ver con el espacio, con una elaboración mental y visual. La pintura es otra cosa: se construye en capas, con lentitud. Es menos racional, más emocional. Es un estar.
¿Feminista o femenina?
—Se supone que lo femenino es superficial. No me gusta que evalúen mi obra así. Ha sido un reto darle peso y densidad. Sí tengo voz de mujer. Siempre quise hablar desde ahí, sin renegar de lo femenino, pero sin caer en clichés. Mi generación tuvo que demostrar que estábamos a la par. Muchas colegas no tuvieron hijos por no tener que negociar entre la maternidad y la pintura. Nuestra voz es distinta, y es importante.
La edad...
—La edad se nota. De joven me interesaba el sexo. Ahora también, pero desde otro lugar. Me interesa la sensación de pertenencia al mundo. Aún se trata del cuerpo, pero desde dentro.
Último proyecto

salas 1, 2 y 305.04.2025 — 19.10.2025
Cinco décadas en espiralA través de la idea de una espiral interminable, esta exposición se presenta como una retrospectiva inversa de la artista Magali Lara, desde dos murales realizados especialmente para esta muestra y hasta sus primeros dibujos de las décadas de 1980 y 1970. De esta manera, Cinco décadas en espiral revisa la búsqueda artística y espacial de Lara a lo largo de su producción y la forma en la que genera un lugar formal y plástico, pero también afectivo, para crear un territorio propio.
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